Ofelia

Publicado el 04 febrero 2020 por José Ángel Ordiz @jaordiz

VERSOS Y PROSAS DE ARTISTAS INVITADOS (12)

"Dime, Rogelio".

"Ha llegado nuestro artista invitado número doce".

"¿Félix Molina? Que pase, hombre, que pase".

"No verá nada, jefe, es mucho el humo de tu pipa acumulado en esta ridícula secretaría".

"Pues ya seréis dos, ciego, que hace mucho frío para abrir la ventana y no voy yo a correr el riesgo de pillar la gripe que por estas fechas aún asola el país entero".

Se encogió de hombros Rogelio el ciego a tiempo parcial, salió por donde había entrado (por la puerta) para cumplir mi encomienda. Como Félix no acaba de aparecer en esta secretaría, pensé: Ya está Irina haciendo de las suyas con ese cuerpo suyo más desvestido que vestido por lo general. De modo que voceé: "¡Félix, ya contemplarás luego, cuando me entregues lo convenido!". Al fin apareció ante mí. "Te veo borroso", confesó. "Es por la niebla asturiana, tú tranquilo". "Y huele aquí a...". "Muy olorosa, sí, esta niebla ovetense que se ha colado por la ventana mientras yo ventilaba esto un poco". Traía él en la mano un vaso casi lleno de vodka. "¿No es agua?". "Solo es agua, como agua, para Irina la ucraniana y para mí. Ya bebo yo eso mientras hablas tú, no sea que a ti te siente mal".

GRACIAS, FÉLIX, por aceptar mi invitación, y cuenta, cuenta.

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6 de septiembre | Carmen Laforet Díaz, 1921 - 2004

La ceremonia se repite, con el rumor constante del paso de los siglos y los lectores que va acumulando la ola prodigiosa de los años. Sucede con muchos escritores: hay una roca Tarpeya donde son rigurosamente arrojados, uno tras otro, atados al único libro que la memoria literaria puede depararles: Saint-Exupéry y El Principito, Lampedusa y El Gatopardo, Martín Santos y su Tiempo de Silencio, Carmen Laforet y .

Con la novela de tan nihilista titulo, la escritora se sube al carro de la Bildungsroman, la novela experiencial, de aprendizaje, de historias que llevan al desmoronamiento o a la madurez, por aquello de que lo que no mata siempre hace crecer. Y lo hace mientras su azorada protagonista realiza un ejercicio de funambulismo en la Barcelona de la primera mitad del siglo XX, un itinerario personal que participa del cauce vivencial que, por ejemplo, ya anticipó Baroja con y el escenario de Madrid, pero que, con fondo barcelonés, Laforet actualiza, sobre todo, con una prosa lírica y desgarrada, una escritura que muchas veces da la sensación de ser el único asidero en medio del desvalimiento de Andrea, lo mismo que la Leticia Valle de Chacel se iluminaba gracias a unas pocas palabras verdaderas en la sepultura de su vida de provincias.

La novela entera, de hecho, es un canto a lo que sobrevive -lo eternamente vivo y joven pese a todo-, lo que apenas se incorpora, en medio de la desolación, gracias a que Andrea lo nombra, lo rescata del silencio. Al final todo es posible, todo ha sido creado por la simple razón de que la protagonista -y nosotros con ella- lo hemos sentido, desde esa misma conciencia con la que uno abre un puño debajo de la almohada, tras el sueño, y se encuentra con la mano vacía. Solo tenemos lo que somos:

El aire de la mañana estimulaba. El suelo aparecía mojado con el rocío de la noche. Antes de entrar en el auto alcé los ojos hacia la casa donde había vivido un año. Los primeros rayos del sol chocaban contra sus ventanas. Unos momentos después, la calle de Aribau y Barcelona entera quedaban detrás de mí.

Me gustaron siempre, pese a Nada, las novelitas que fueron encaminando a Laforet a esa novela a la que finalmente quedó atada. En tomos muy envejecidos (de colecciones como la de Destino) se agruparon varias de ellas, como también se hiciera con las novelas cortas de Baroja, sus Locuras de Carnaval. Uno piensa, aparte de en la lucidez de Rosa Chacel, en un extraño y femenino animal literario que fuera cruce del lirismo de una Katherine Mansfield y una compleja y atormentada Carson McCullers, con sus tormentas interiores apaciguadas por mor del estilo.

De entre sus otras obras, destaco historias como las de La llamada, por ejemplo El último verano, atravesada de realidad, pero también iluminada de cierta esperanza. Y siempre la luminaria de todo ello -como la de gran parte de la literatura realista española- es esa prosa que rescata el momento,

Todo parecía fácil allí tumbado, sintiendo apenas el resoplido de la ciudad, su calor, su angustia, en la vibración de aquella tierra, que aún llevaba basuras y desperdicios de la ciudad, mezclados a sus terrones,

hasta convertirlo (¿no es un sino de todo lo escrito ser una raya en el agua?) en un sucedáneo momentáneo, incorpóreo, inútil acaso pero definitivo siempre, de la felicidad.

Nota libre de humos:
Carmen Laforet dispone (o le han dispuesto, generosamente) de una página sencilla pero muy práctica para indagar su biografía y obras:
Diferentes diarios españoles han dedicado reportajes a la intrahistoria de Nada, con muy pocas recensiones de las otras obras de Carmen Laforet. La que cito arriba (El último verano, del volumen La llamada, Destino, mediados de los cincuenta) la debo sobre todo a la mitad más feliz de mi vida, Ofelia, que casi me la rescató del baúl de sus libros heredados, paternos y maternos.

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