Más allá de las simpatías, o no, hacia el señor Sánchez Dragó, os recomiendo escuchar los primeros tres minutos de este vídeo, y más concretamente del 2 al 3, pues el escritor hace una crítica a la autoedición, y a los escritores que la practican, un tanto despiadada. Dice cosas como que:
"Con la uniformización de los formatos, el mundo digital hace que la información sea la misma para todo el mundo, se tira, escribe de la documentación por Internet y no de las experiencias personales. Y más adelante los libros cada vez se parecen más entre sí. Ha disminuido la auto crítica, el mundo digital se carga los intermediarios y si tú tienes seguidores en Twitter, ya no necesitas que alguien te diga si eres bueno o no.".¿Estáis de acuerdo? Con toda sinceridad, yo no siento que sea tanto así mi caso, pues mis problemas son más de no saber escribir que no de no tener vivencias para hacerlo. A mí personalmente me gustaría saber escribir para contar todo lo que he visto, lo que me ha pasado, las gentes que he tenido la fortuna de conocer y las muchas vidas que he tenido la inmensa suerte de vivir. Me gustaría poder contar cómo he amado, cómo me han amado, qué experimenté la primera vez que dormí en un cajero automático o en un hotel de lujo en una isla del Caribe. Me gustaría saber explicar la excitación de la primera cita, del primer polvo furtivo, la primera vez que escuché de sus labios mi nombre, el recuerdo de los cuerpos con los que has compartido, de las noches de juegos con una botella de ron, del cansancio, de los pasos en el camino, nombrar las fotos que tiré y las que intenté hacer, los ríos que he cruzado y los paisajes que he visto. Me gustaría saber escribir de todo eso. Me gustaría tener la habilidad para explicar cómo sabían los primeros gnocchi que me comí en Génova, la felicidad con quién los compartí, la poesía que se desarrolló en mis sentidos la primera vez que escuche la palabra arepa y la sorpresa de la camarera que nos las sirvió en Ciudad Bolívar, el ardor de la vergüenza y el picante cuando confundí un montoncito de wasabi por una cucharada de guacamole, o la felicidad del caldo casero que tengo la infinita dicha de gozar. Quisiera saber contar la excitación de ver Machu Pichu, bañarse en las frías aguas del lago Ness, haber dormido al borde del Gran Cañón, cargar agua en la Guajira, o de ver la Vía Láctea desde la isla del Sol, en el lago Titicaca. Quisiera saber explicar qué se siente al perseguir un cordero por Escocia, la pequeñez de saberse en medio de un desierto, o trasmitir la camaradería que se da en un viaje en coche por Laponia. Ojalá supiera contar cómo se desestructura una persona al perderlo todo y cómo se crece en la recomposición de la vida. Sería dichoso de poder explicar el amor que se siente a los hijos, a los amigos, a los maestros, a la compañera de la vida, y no sé. Como no sé explicar el miedo, el vértigo, el riesgo y la pasión.
Pero sí he de reconocer que estoy muy de acuerdo con eso de que cada vez todo lo que se escribe se parece más y de que los escritores tiran de documentación en lugar de tirar de vivencias personales.
¡Qué pena la mía de no saber escribir!