Revista Literatura
Le deseé que tuviera un buen turno y le aproximé el arma. Vi cómo se le mojaban los ojos y los pantalones y cómo un brote de agua fría empezaba a cubrir su frente y barbilla. Siempre fue un cobarde, desde el colegio. Aún me encojo cuando recuerdo sus despiadadas burlas…
Tembló al coger el revólver, pero mi rostro severo le instó a proseguir. Frente a sí tenía el mayor dilema con que se había topado nunca: o jugaba su turno, o el gafotas escuchimizado de Segundo B le volaba la cabeza.