Ojos de luna

Publicado el 27 mayo 2015 por Colo Villén @Coliflorchita
Comenzó temprano a llamar al cuerpo, que sabio y constante, emprendió poco a poco el camino. Tras un embarazo en el que me paralicé por el miedo, ansiaba recobrar la calma y conexión para poder recibirla.

Habían sido unos meses intensos marcados por la enfermedad, la incertidumbre y la indecisión. Francamente, tenía ganas de llegar ya al final. Por eso no me sorprendían las contracciones semanas antes. Avanzábamos, nos frenábamos. Estuvimos jugando con el momento de abrazarnos.Me recuerdo inquieta. Agitada por mi salud, acariciando mi vientre en un gesto de protegerte. Me recuerdo en lágrimas, cansada. Cargando con la preocupación de tu bienestar a pesar de lo acontecido. Me recuerdo encerrada, impaciente al final. Deseando verte y poder cerrar esa etapa tan delicada.Me recuerdo buscando mi centro. Aquel punto de equilibrio que te amansa. Me recuerdo en largos paseos, música andante, mirar el mar, los acantilados y meter mis pies en el agua, aún fría, de mayo. Nunca olvidaré aquel día en que ya sangrante paseé hasta la orilla del mar y allí, sin haberlo planeado, bajé entre las rocas hasta sentarme en una de ellas. Me descalcé y sumergí mis pies en el mar. Aquella mañana me serené, al fin, sabiendo que si de verdad así lo sentía se abriría ante mí la posibilidad de tener el parto que deseaba y que una vez aceptara las circunstancias podría dejarme ir en paz conmigo misma a su encuentroMe recuerdo desnuda. Bailando. Soltando las caderas. Recuperando una canción que de pronto regreso a mí, a nosotras y que acogí como se recibe lo que una espera. Era evidente que necesitaba soltar, soltar, soltar. Soltar los miedos, soltar la culpabilidad, soltar el timón. En definitiva.

Y así fue como abracé la certeza de su llegada. Las contracciones iban y venían. Suaves. Fuertes. Me fui a dormir y descansé.Pasó o no pasó el día señalado, no podremos saberlo y tampoco nos preocupó entonces. Me levanté temprano para llevar a B. al colegio. Y al despertarla le susurré que su hermana iba a llegar hoy. Iba preparándola y se me escapaba una sonrisa entre contracciones. “Cariño, no estoy para conducir. Ven a por la niña y avisa que no vuelves al trabajo”.Me recuerdo tumbada, en mi deseo de soledad, acogiendo las oleadas con intimidad. De un lado, de otro. Serena. Contando. Una, dos, tres. Aún espaciadas. Acariciando mi vientre en una despedida. Jose, sube, quédate a mi lado”. Una ducha, un zumo, un puñadito de almendras. Un masaje entre giro y giro. Dejo vibrar mi voz con las oleadas, eso me relaja y suaviza la intensidad. En una gran ola siento calor entre mis piernas. Creí haber roto aguas pero no. Era cálida sangre lo que corría. A pesar de ser irregulares partimos hacia el hospital. "Un momento, debo llevar un trozo de confianza conmigo" y agarro una pulsera confeccionada con mimo y amor gracias a mis comadres. Nuestro amuleto.Siempre afirmaré que el traslado al hospital supone un gran trastorno para la mujer que va a parir. Si vas demasiado pronto te mandan de vuelta a casa, si vas a la mitad tienes más probabilidades de que se interfiera y si vas bastante avanzada, francamente, no estás para ese trámite.Me recuerdo bajando del coche y caminando sin esperar a Jose. Mayo. Ibiza. Centro de la ciudad a plena luz del día. Llego. Hay que esperar a que venga la matrona. Me mantengo en pie y me dejo colgar en el hombro de Jose con cada contracción.Por fin pasamos. En espera otro rato. Comienzo a impacientarme. La intensidad es fuerte pero siento que J. se mueve y eso me calma. Llega la matrona, nos presentamos. Me dice: "tranquila, ya sé quién eres y lo que deseas. No hay ningún problema". Sonrío y caminamos juntas hasta paritorio.

Me cambio. Me reconforta encontrarme de nuevo en un lugar oscuro y protegido. Sin ruidos, sin gente. Sólo ella y yo, mientras Jose se preparaba. Balo con las contrataciones, ella me anima. Los monitores confirman que J. está bien y me relajo completamente.

Me pregunta si no me importa que haga un tacto suave de reconocimiento, que si yo lo deseo será el último. Sonrío y acepto. Antes de proceder me pregunta por la bolsa. “Creo que está íntegra, diría que sólo arrojo sangre”. Ella tiene sus dudas. Me pregunta qué deseo hacer y le digo que no quiero que lo compruebe, no deseo que se rompa la bolsa. El tacto confirma que la cabeza ya está ahí, lo cual no me sorprende en absoluto.
Me anuncia que cuando sienta ganas de empujar lo comunique. Continúo serena. mi hombre ya a mi lado. Entra la enfermera que también nos va asistir, reconozco su cara. Nos sonreímos en silencio. Siento gran presión en la vejiga, aviso de que vamos al final.

Me incorporo ligeramente. Él me sujeta. Se adapta la camilla haciendo descender ligeramente la parte de los pies y aprovecho para colocar el pubis en el filo y apoyar la planta de los pies con firmeza, adoptando una posición de cuclillas. Un pujo. Me pide que contenga para proteger mi periné. Siento la fuerza arrolladora abriéndose paso y con la cabeza indico que no puedo contenerla. A pesar de la postura no tengo visibilidad. La matrona me confirma que tenía razón, venía en su bolsa.Al abrirla las aguas estaban ligeramente teñidas, un instante delicado de transición y en seguida su llanto y su cuerpo sobre mí. Desnudas una junto a la otra. Sus ojos grises. Su tacto delicado. Permanecimos largo rato así, acurrucadas piel con piel. Ella mamando, ¡qué sabia J. desde el primer minuto, qué instinto de supervivencia! Su padre a nuestro lado. Asombrado, feliz, dando aliento y protección.Su reconocimiento no fue inmediato. Expulsé la placenta con ella sobre mi cuerpo. Placenta que guardamos  y trajimos a casa con nosotras. Placenta que sustentó su vida en mi interior. Órgano canalizador al que tanto agradecemos.Me recuerdo enamorada. Relajada tras la tensión. Feliz de que estuviese bien. Feliz de que hubiera fluido sin intervenciones. Feliz de un segundo parto natural, intenso, puro. Orgullosa de ella, por su fuerza, su aguante, la estancia en mi vientre tan distinta a lo que yo hubiera deseado. Le debía una llegada al mundo en paz conmigo, en paz con el personal sanitario, en paz con la vida. Le debía unas horas serenas para reconocernos, para susurrarle cara a cara mis miedos pasados y disculparme sosteniendo su mirada. Le debía un manto de besos y arrullos. Y todo eso y mucho más, se lo entregué en tranquilidad y soledad. Tan sólo acompañadas por su padre a escasos metros de distancia. Fue un inicio hermoso y sanador. Pero ante todo fue un inicio justo.Mi dulce J. que llegó con su serenidad y gran presencia. Poderosa toda ella. Expresiva y cercana. Mi preciosa J., enmantillada, luz de vida. Te sabía así, con tu inmensa capacidad de acogida. Gracias por aceptarme. Te cuidaré, ojos de luna, toda mi vida.


PD: Gracias a todxs lxs que nos acompañasteis en este viaje. Quiero agradecer especialmente el gesto de Maribel, gracias por hacerlo más fácil allanando el camino. A Bea, la matrona que nos atendió. Y a mis comadres, por la energía volcada.