Olas que son sunamis de vidas que se marchan, algunas sin despedida tras semanas sin los suyos, solas, desamparadas, sin palabras de consuelo, en un vacío negro y profundo.
Olas que viven otros con una tristeza que es ajena a quienes no creen en sunamis y ríen despreocupados, y se cuestionan, y dudan, y se creen inmunes.
Pero la ola está ahí, a la espera, para mojar la vida de muerte.
Sigue llevándose a padres, hijos, hermanos, amigos, compañeros, arrastrados por esa negrura que los convierte en meros números de una estadística. A pesar de ello, aún se mofan otros, aquellos que todavía no han perdido a nadie que el corazón necesite. Hasta ahora...
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