Revista Literatura

Olas y calima

Publicado el 15 marzo 2022 por Lachicadelte

Estoy en el agua. La orilla del mar. Tonos azul grisáceo a mi alrededor. Todo fluye. De repente siento una sensación de inquietud. Algo viene. Una ola, a lo lejos, va creciendo en tamaño, sumando altura partícula a partícula de agua. Desde donde está ahora, para cuando llegue aquí será enorme, pienso, más me vale alejarme. Pero no puedo, no avanzo, no me da tiempo, la ola es enorme, mide muchos metros. Siento que en breves instantes el agua cubrirá mis pulmones y no podré respirar. Pero qué puedo hacer, no puedo huir. La ola es tan grande que, aunque estoy en la orilla y he conseguido salir a tierra, me cubrirá completamente. Llega el momento, ya es inminente. Y entonces... despierto.

Tuve este sueño muchas veces durante varios meses tiempo atrás. Comenzó a ser un sueño recurrente hará un par de años. A veces estaba en la orilla del mar, otras veces estaba en un río. Pero siempre pasaba lo mismo, en algún momento venía una ola enorme y me llevaba por delante. Recuerdo como si fuera ahora la sensación de impotencia ante tal evento de la naturaleza: no puedes hacer nada, no puedes luchar, solo puedes dejarte llevar y rezar para que pase y puedas contarlo. Porque realmente no depende de ti. 

Tardé un tiempo en darme cuenta de que ese sueño reflejaba mi sensación de entonces: la de la impotencia ante la situación que vivimos, sin saber cuándo nos tocará pasar el virus, ni tampoco qué ocurrirá. La sensación de falta de control. Como la ola gigante que ves venir de lejos, ante la cual, cuando llegue, no podrás hacer nada para decidir tu destino: simplemente tendrás que dejarte llevar.

Después de contagiarme del virus, dejé de tener ese sueño. Sin embargo, muchas veces lo recuerdo y me hace gracia la similitud entre la ola de mi sueño y "la ola" del contagio. Pensé muchas veces en ponerlo por escrito, pero me provocaba mucha desazón. Ahora ya no tanta, aunque toquemos madera (no me apetece volver a pasarlo). 

Pero no dejo de pensar en la cantidad de cosas fuera de lo normal que están ocurriendo desde hace dos años. Se nota el ambiente revuelto. Literalmente. Los cambios radicales del clima, como la borrasca del año pasado, parecen el presagio a algún tipo de evento. Como un mal augurio. Y después, el volcán, más olas, la guerra que tenemos bastante cerca, la escasez de maíz y aceite, la subida del petróleo... 

Esta mañana subí la persiana y vi el horizonte desdibujado. Hay niebla, pensé, muy habitual en mi ciudad. Pero no, se trataba de una calima espesa. Hay quien no recuerda una calima así en... bueno, hay quien no la recuerda. Quizá otro presagio. Ya en la calle, percibí que la gente caminaba en silencio. Incluso los que iban en grupo. Cavilando, tratando de averiguar o buscar significado a todo esto, en una profunda introspección bajo el cielo plomizo y polvoriento.

Vivimos en un mundo lleno de incongruencias, de desgracias. Vivimos una falsa paz casi todo el tiempo que pensamos que no estamos en guerra. Siempre hay conflicto en algún sitio, velando por nuestro estado de bienestar. Hoy es allí y en otros lugares, mañana será... quién sabe dónde. Nuestra vida no es nuestra, nunca lo ha sido, de eso me di cuenta al inicio de esta pandemia. Y lo más triste es que ante todas estas situaciones de gran envergadura no podemos hacer (casi) nada. Decisiones políticas, guerras orquestadas... Demasiado grande, demasiado terreno a abarcar. No sé si tenemos opción de enfrentarnos, o simplemente abandonarnos y dejarnos llevar hasta saber qué pasará después. Y esperar a que pase.

¡Nos vemos en el próximo té!

Olas y calima

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