Sus hijos encontraron una libreta oculta, de aquellas de espiral oxidada.
Manuscritas delicadamente, cada una de las siete líneas que contenía constaba de dos bloques de caracteres, a modo de listín, pero simétricamente cifrado.
Su hija menor, única heredera del gusto por las claves, no tardó en comprender aquella revelación.
Desde el confidente teléfono familiar, marcaría, una vez, a cada una de ellas.