Revista Talentos

Olimpiadas, nevadas y trepadas

Publicado el 11 agosto 2016 por Perropuka

Olimpiadas, nevadas y trepadas

Cochabamba esta mañana, con la cumbre del Tunari de fondo

Anoche ocurrió el milagro que estábamos esperando. Un creyente diría que fue por obra y gracia de la “mamita” de Urkupiña ya que hace unos diez días atrás fue condecorada con una orden especial por las ilustres autoridades edilicias encabezadas por el alcalde. Ahora se otorgan reconocimientos a aves migratorias como a estatuas de yeso. En eso andamos muy adelantados al resto de los bolivianos. Dicen que la Virgen nunca antes había visitado nuestro municipio, por lo que su aparatoso traslado (con caravana de autos, curas y policías) desde su santuario ubicado a escasos once kilómetros, fue inmediatamente calificado de “histórico” para nuestra ciudad. De su fervorosa visita dan fe un par de gigantografías (las que he visto) a todo color que nuestro vivaracho “alcalde de todos” (ahora lo es también de santitos, parece) mandó colocar en sitios bien visibles. Justo ayer por la mañana veía algunas imágenes de las olimpiadas de Rio: por una parte sentía tremenda envidia que a los cariocas les cayera lluvia casi todos los días, pero por otro lado sentía pena que los aguaceros les arruinara la fiesta completa de sus Juegos, con partidos y certámenes que debieron ser suspendidos o retrasados hasta que mejoraran las condiciones climáticas, con todo el perjuicio que ello significa para las delegaciones. Sirva por ejemplo, que los partidos de tenis o vóley de playa no son lo mismo sin sol radiante que acompañe.  Este año ha sido muy duro para los cochabambinos, en lo que a la provisión de agua atañe. Dada la escasez de lluvias del pasado verano, mermaron las reservas en las lagunas de la cordillera y hace meses que estamos sufriendo el racionamiento, con barrios donde apenas dan agua una vez a la semana y por pocas horas. Se quejan hasta los camioneros de cisternas que los pozos se les están secando paulatinamente. En resumen, soportamos actualmente uno de los inviernos más secos que se recuerde. Años atrás, era de buen augurio que la temporada se saldara con tres o cuatro nevadas alrededor de la cumbre del Tunari, principal abastecedor de las corrientes subterráneas que discurren hacia los valles de Vinto y Tiquipaya. A la situación desastrosa del agua hay que añadirle la problemática medioambiental, debido a la contaminación vehicular e industrial cuyos efectos dañinos se acumulan con el paso de los años, ya que la metrópoli está principalmente asentada en una extensa llanura y encerrada entre montañas, situación que dificulta el movimiento de las masas de aire y, por ende, la remoción de partículas tóxicas. A todo eso hay que añadirle los incendios que por la sequedad se producen constantemente y se ceban con pastizales y áreas boscosas del Parque Tunari que a modo de cinturón rodea la urbe por el lado norte. No hace ni una semana cuando el último de los incendios arrasó con más de seiscientas hectáreas de pajonales y especies vegetales de gran valor ecológico. Durante dos días los bomberos y otros voluntarios estuvieron combatiéndolo a mano limpia ya que no se tienen las herramientas idóneas ni protocolos oficiales para estas contingencias. Suena a chiste las excusas de las autoridades: habíamos tenido un par de helicópteros chinos con dispositivos contra incendios pero resulta que no están operables por diversas razones, ni se cuenta con pilotos entrenados, adujeron todos muy panchos. Con tantos antecedentes (cinco mil hectáreas quemadas, en lo que va del año) no habían contemplado en sus presupuestos para estos menesteres. ¿Para qué servirá la Secretaría de la Madre Tierra?...me sigo preguntando.En vez de lluvia, el otro día nos llovió briznas carbonizadas. El ventarrón que azotó esos días del incendio, trajo polvo inmisericorde y virutillas negras hasta mi terraza y a todo el vecindario. Primera vez que nos alcanzó tal fenómeno, considerando que vivimos a decenas de kilómetros. No es difícil adivinar lo que les habrá caído a los barrios aledaños del parque, que por su ubicación tienen fama de residenciales. Con tanto humo y los constantes riesgos de quemazón se me haría difícil residir en tales sitios. Por fin anoche, al tiempo que salía a una gran avenida, pude sentir humedad en el ambiente. Fue una premonición, aunque el cielo estaba despejado como de costumbre. Se supo que en La Paz y gran parte del altiplano había nevado en los días anteriores. La ciudad de El Alto, amaneció con paisajes blancos que en algunos sectores recordaban al invierno europeo. En nuestro valle desértico, sopló algo de brisa matutina, y por la tarde ventiscas y más polvo. A quince minutos de las nueve de la noche, inesperadamente el cielo se desató, con una lluvia copiosa que duró alrededor de una hora. Impensable para esta época, ya que tales aguaceros son propios de diciembre o de los meses del verano. Qué delicioso sabe el aire humidificado después de tantos meses de sentir escozor en la nariz y ardor en los ojos, máxime en las noches. Fue como una bendición semejante chaparrón y anuncio de que por fin llegarían las nieves a la cumbre del Tunari, cuya silueta plomiza no hacía otra cosa que acentuar la atmósfera opresiva de toda la ciudad.Olimpiadas, nevadas y trepadas

Olimpiadas, nevadas y trepadas

La nieve duró un suspiro, lamentablemente

Esta mañana me dio gusto pasear por el centro, con auténtico frio, y el barro todavía fresco en las jardineras, y las plantas más verdes que nunca que hasta podía sentir el aroma característico de los cipreses. Me propuse llegar hasta la cima del cerro San Pedro para comprobar desde su mirador si la ciudad se había limpiado de alguna manera, o por lo menos disipado ese horroroso manto de polución que la envuelve todos los días. Llegué a las nueve hasta la estación del teleférico pero me anunciaron que recién abrían el servicio a las diez. No me quedó otra que emprender la trepada por las mil y una escalinatas empinadas que llevan hasta la punta donde se yergue la mole del Cristo de la Concordia. A los pocos minutos ya jadeaba. Lo que antes me llevaba un esfuerzo de cuarenta minutos, me costó cabalmente una hora, entre intervalos para sorbos de agua y sentir el sudor en la espalda. Pensé en las olimpiadas y me figuré que el trepar colinas debería ser una disciplina olímpica. ¿Qué tiene de olímpico y agotador el disparar una pistola o carabina a ciertos objetos, aparte de la habilidad o precisión?, me preguntaba mientras esquivaba el lodo depositado en los rellanos, tal cual fueran saltos de vallas.

Así tuve mis olimpiadas especiales, un poco a la fuerza, quemando calorías para toda la semana. El sol ya llegaba a la altura de la cabeza de la nívea estatua cuando arribé a la cima. Dos o tres jóvenes se sacaban fotos a sus pies, para testimoniar la escalada. No había nadie más a la vista. Nos merecíamos una medalla pero a cambio recibíamos ráfagas de aire fresco como consuelo. A mis pies toda la ciudad. Al fondo veía con estupor que la escasa nieve, que había caído durante la pasada noche, del ínclito Tunari se estaba derritiendo a las carreras. Era para ponerse a llorar.

Olimpiadas, nevadas y trepadas

Me imaginé que era el cristo Corcovado para emprender la escalada



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