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Olympic Games, 2. La soledad del mito inalcanzable, o del mérito y el éxito

Publicado el 01 agosto 2012 por Tarrou

Se equivocó, dicen los expertos. En el primer viraje no imprimió toda la fuerza que podría y al fianl se dejo llevar demasiado, así que 5 centésimas le privaron de lo alto del podio, ese que siempre ha parecido su lugar natural. Más en una prueba que llevaba 11 años dominando sin misericordia. Su vencedor, el joven sudafricano Chad le Clos, no se lo creía, una victoria ante su ídolo, al que parecía avergonzado de ganar. Tras el podio, la vuelta a la piscina para recibir la ovación (¿Cómo se oirá el estruendo de la gente entrando en el agua y saliendo a la superficie?). El segundo guió a su sorprendente verdugo a través de las cámaras y le recordaba que mostrara más su oro. No era para menos, era un orgullo. Tras la lección de competitividad en el agua, le lección de deportividad fuera de ella.
Mientras el deporte sucedía, la espiral opinativa que crece insoportablemente cuando algo va mal en España (y en estos momentos, pocas cosas parecen ir bien) se centraba en esa conducta antideportiva analista del deporte que promueven los medios de comunicación envueltos en una bandera que ni respetan ni aprecian,de acuerdo a su odiosidad analítica y su antipatía. Los árbitros nos odian, los rivales nos envidian...en definitiva, que suplimos con una falsa competitividad disfrazada de excusas y envidias rastreras lo que no sabemos competir (con una actitud generalmente encomiable por parte de los profesionales y los que mejor saben lo difícil que es ganar a cualquiera) en los terrenos de juego. Y esta actitud que utiliza el deporte para demostrar lo opuesto a lo que el mismo debería ser sirve para todo, en economía, cultura, educación, política, en el día a día. Ganamos y no sabemos acordarnos del vencedor. Perdemos y nos acordamos de todo menos del rival. Pasamos de la soberbia estúpide del "soy español ¿a qué quieres que te gane?" al "nos han vuelto a atracar". Si fuera una pataleta, aún. Pero es una actitud persistente que nos impide ver la realidad. Que hemos vivido durante años manteniendo un sistema económico insostenible. Que hemos permitido que una casta dirigiese, y aún lo hace, los caminos de un país con una sociedad civil anestesiada o presa de la demagogia opuesta a la de los primeros. Que despreciamos los méritos e idolatramos los éxitos. Que fui a una Universidad con casi 8 siglos de Historia y había profesores que dictaban las clases y la hermeneútica (el saber fundamental de un jurista) era despreciada en favor de la competición memorística con un tomo, que nunca olvida. Que eso no me exime de mis errores y de no haber sido un estudiante mejor.
Sólo pensamos en GANAR. Nunca en competir, mejorar, aprender, disfrutar, competir, saber. El éxito es un medio en sí mismo para conseguir el siguiente. Y cualquier triunfo queda empañazdo por una depresión post-éxito que induce a exigir nuevos triunfos a quienes mejor saben lo difícil que es. Perdonamos las trampas. Apólogos del éxito que nunca han ganado nada más que púlpitos desde los que inyectar sus mensajes venenosos, machacan a los perdedores (y a los ganadores, si son extranjeros o no de su equipo) e insisten en que "de los segundos no se acuerda nadie". Y en días luminosos, el mejor deportista que quien escribe esto ha visto, con 19 medallas (15 de oro) olímpicas,  mundiales y decenas de records, queda segundo por un parpadeo, lo asume tras la decepción inicial y da una lección de deportividad que debería ser lo normal. Será que en el agua no hay penalties que lo excusen todo.
Supongo que mucha gente opina que no hay merito en saber perder cuando uno ha ganado tanto. Y esta es la indecencia que impide el debate y lo arruina todo. La forma limpia de pensar es que esa actitud es la causa y no la consecuencia de tantas victorias. Porque lo normal es perder. En cada disciplina hay magníficos deportistas y sólo uno puede ser el primero.El buen deportista se prepara para competir lo mejor que pueda y ganar a través del mérito. El malo repite que sólo le importa ganar, y cuando pierde se justifica, incoherentemente. Ayer escuchaba a un periodista futbolero hablar de que el espíritu olímpico era "una pamplina" y "argumentaba" que a Japón "le habían atracado" en gimnasia. Apostaría que no era un experto en la materia.
Menos de una hora después, Michael Phelps se convertía en el deportista más laureado de la historia de los Juegos Olímpicos. Hoy, la prensa deportiva española trae en portada declaraciones de pretemporada de futbolistas y entrenadores, y rumores. La tragedia del fútbol, un deporte que me encanta. Fuera del campo, está absorbiendo cada rasgo que nos hace ser menos serios, cultos, sabios y buenos para formar una sociedad de canis y chonis, y está desfigurándose seriamente como lo que es: un hermoso deporte. Pero eso hoy no importa. Ayer hubo una muestra más (como ha habido tantas, menos vistas, como la del judoka español al que los jueces dieron perdedor de su combate tras terminar empatados)  de saber estar, vivir la vida consciente de las limitaciones propias, respetar al contrario y saber que la verdadera victoria es dar lo mejor de ti mismo. Y crecer a través de los triunfos, los fracasos, y llegar a saber quien eres. Sin quejarte a voces porque la realidad niega contundentemente aquello que los delirios de grandeza sembraron en un ego siempre fértil. Y sin querer lanzar pedradas contra quien está alguna vez más alto que uno. Algunos están tan alto que es imposible, afortunadamente.
Enhorabuena, Michael, you´re simply the best! :)
Olympic Games, 2. La soledad del mito inalcanzable, o del mérito y el éxito

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