



Al sumergirnos en sus tripas, encaramos una ciudad oscura, forjada de antiguos edificios de piedra, ornamentados con los mejores azulejos portugueses de tradicionales tonos azules y blancos.

Dicen
además, que se respira cierto aire británico, reminiscencia de los comerciantes
ingleses que se asentaron en el pasado.
A
medida que recorremos el corazón de la ciudad, vamos topándonos con sus riquezas.
La iglesia y Torre de los Clérigos, la Catedral de estilo románico (con
añadidos góticos y barrocos), su claustro, el Palacio de la Bolsa, la Plaza de
la Ribeira, Capilla de las Almas, las murallas, la estación de tren de Sao
Bento, el Mercado de Bolhao, la Casa del Infante o la Librería Lello . Son entre otros,
algunos de los lugares que podremos visitar.
Continuamos
por la Avenida do Aliados, donde se ubica el Ayuntamiento y que ofrece cierto
respiro al viandante, por ser una de las pocas calles con amplitud.
En
descenso continuo, llegamos hasta la Ribeira.
La Ribeira comienza con el majestuoso Ponte Luiz I, que cruza el Duero conectando Oporto con Vila Nova de Gaia. Creación de un discípulo de Eiffel se ha convertido en uno de los iconos de la ciudad.
Estamos
en la “orilla norte”. A nuestra espalda, viviendas de coloridas fachadas,
entresijo de callejones y una consecución de acogedores restaurantes y terrazas.
Enfrente, vista del Duero, de barcazas de carga, rabelos y las famosas bodegas de Vila Nova.
Antiguamente, a esta misma localización llegaban los barcos de mercancías desde los viñedos del este del país, descargando su contenido en las mismas bodegas donde se dejaba envejecer el mosto.
La
historia de Oporto, está unida al río Duero
y al vino. Es en el siglo XVII cuando los comerciantes ingleses en
guerra con Francia, cambian el vino de Burdeos por el portugués. Pero en las
largas travesías por el Atlántico hasta el canal de la Mancha, el vino se estropeaba con facilidad. Para solventar ese problema deciden añadirle brandy,
naciendo así el Vinho do Porto. Un
vino de sabor dulce, aromático y de alta graduación.
Desde nuestra privilegiada posición, disfrutamos ahora del “hierro” herencia de Eiffel; del olor a comida recién preparada con variedades de pescados a la brasa, tripas, caldos verdes y bacalhau; de los edificios de piedra mohosa que nos rodean, ataviados con la colada diaria puesta a secar y coloristas fachadas ya desaturadas por el paso del tiempo y la humedad; de bodegas, barricas de roble y rabelos; y del susurro del río, que se mezcla con el bullicio de personas que van y vienen, comunicándose en múltiples idiomas.
Por un breve
espacio de tiempo, nos podemos imaginar la vida en la ciudad en una época pasada.
Vuelta a la realidad, y siguiendo el recorrido del río con la vista, nos percatamos que el Ponte Luiz I no es el único de la ciudad. Oporto es la ciudad de los puentes. Encontraremos al paso de Duero, El Ponte das Barcas, Ponte María Pía, Ponte Pênsil, Puente ferroviario Sao Joao, Ponte do Infante, Ponte da Arrábida o el Ponte do Freixo.
La
mejor forma de verlos, es subiéndonos a uno de los barcos que hacen la travesía
por el río desde la misma Ribiera.
Cruzar
a la orilla sur por Luiz I, nos permitirá admirar una bella panorámica de la
ciudad elevándose sobre el margen del río. Tenemos aquí una cita obligada con
sus bodegas.
El
número de bodegas es enorme, aunque las más visitadas suelen ser las de Calem,
Sandermam o Ferreira. En cualquiera de ellas (por lo que una visita será
suficiente) te explicarán la elaboración de sus vinos mientras visitas parte de
la bodega, para culminar con una degustación del producto.
Aprovechando nuestra ubicación, tenemos la posibilidad de cenar en cualquiera de los restaurantes adjuntos a las bodegas de la orilla sur. Nos relajaremos observando a través de sus ventanales, el tránsito de las embarcaciones sobre “el dorado” mientras se pone el sol.
La Ribeira se irá llenando de gente que ocupa bares y terrazas de copas, la noche toma el relevo. Culminaremos el día en la zona de discotecas de Foz, donde la vida nocturna continuará hasta altas horas de la madrugada.
En nuestra visita, hemos vivido la riqueza histórica y cultural de la ciudad. Una riqueza lograda a lo largo de los años a base del comercio. Hemos paseado por sus melancólicas calles empedradas, disfrutado de su noche y degustado su gastronomía. Hemos conocido una ciudad y unas gentes, que se han fusionado con el río Duero en un abrazo de enamorados. No es raro después de todo, que Portugal deba el origen de su nombre a la ciudad de Porto. No es de extrañar entonces, que Oporto sea denominada por algunos, como la Capital del Norte.
