Revista Diario

Orden

Publicado el 20 febrero 2012 por Karmenjt

Miraba la punta de sus botas, negras y brillantes, y recordaba sus primeros días, recién aprobada la oposición, cuando andaba nervioso todo el día y con miedo de meter la pata, luego se fue acostumbrando a la dinámica diaria, le gustaba su trabajo, no era nada rutinario y se llevaba bien con sus compañeros. Sin embargo hoy iba sin ganas, frases de cuando estudiaba el temario para los exámenes le venían a la cabeza… “garantizar la tranquilidad pública”…

Esa mañana se había cruzado con su hijo mientras desayunaba, hacía días que no paraba en casa, acababa de cumplir los diecisiete y le había salido combativo, andaba metido en los movimientos antisistemas y se había unido a una plataforma de protesta en su instituto. Todo eso lo sabía por su mujer, porque la comunicación con él no era muy fluida desde que había empezado a salir por la noche, el creía que todavía era demasiado joven, su hijo, como todos los de su edad, se suponía ya lo suficientemente mayor para todo… se acordó de sus diecisiete y sonrió, siempre se repetía la misma historia. Le había dicho que tuviera cuidado, que el ambiente andaba muy revuelto.

… “respetar la ley y el orden”….

El furgón se detuvo violentamente y las puertas se abrieron. Mientras se colocaba bien el casco y las protecciones miró por encima de los escudos de sus compañeros, un gran número de jóvenes estaban sentados en el suelo, otros les insultaban y señalaban, recibieron órdenes claras: dispersar.

Empezaron a avanzar, los primeros en llegar estaban tirando de los chicos que estaban en el suelo, los arrastraban de una pierna, o del brazo. Los insultos arreciaban, un objeto voló delante de él y las porras empezaron a golpear. Los gritos no le dejaban pensar…

proteger y respetar las libertades y derechos fundamentales del individuo”…

Se acercó para ayudar a un compañero que estaba arrastrando a un chaval, el chico se resistía con todas sus fuerzas y estaba recibiendo golpes en las piernas, cuando llegó a su altura reconoció aquella sudadera roja, durante unos segundos dejó de oír gritos, recordó sueños que habían quedado enterrados bajo la rutina, el conformismo y la obediencia. Luego miró al chico y al policía, y sopesó la imagen que tenía delante.

No lo pensó, solo abrió la mano, cuando oyó el ruido de la porra al chocar con el suelo supo que no había vuelta atrás. Hacía tiempo que no sentía tan bien…

 


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