Vuelta del trabajo. Un colega me ha dejado en una estación de metro por la que no suelo pasar pero que me pilla bien para ir a casa más rápido.
En el anden una chica rubia con maletón parece llorar. ¿Me acerco o me hago la tonta?
-Perdona, ¿necesitas ayuda?
-No gracias, es que... las despedidas... ya sabes.
Por su acento diría que es andaluza y no creo que tenga ni los 25.
Llega el tren y me dice que ahora si que necesita ayuda, tiene que coger un autobús a Zaragoza y no está segura de la parada de metro a la que debe ir.
Vale, es Avda de América, lo tengo fácil para indicarla, me pasé yendo en esa dirección por la problemática circular más de cinco añitos seguidos. Y como no podía ser de otra manera la línea gris se estropea... a la mierda lo de llegar pronto a casa.
-Ay, Dios mío, que no llego, que voy a perder el autobús... ¿y quien me paga a mi esto? Voy con lo justo, si es que ya lo sabía yo, con lo poco que me gusta a mi MadriZ....
-Tranquila, haz una reclamación cuando llegues a Avda de América, supongo que te cambiarán el billete.
-¿Y como hago eso?¿donde? Madre mía, he venido a hacer una cosa, llevo aquí un mes, con lo que me cuestan las despedidas...¿y no puedo fumar aqui? ¡Joder necesito un cigarro!
La intento tranquilizar y al final la chica se suelta y me cuenta que tiene una niña y dos mellizos, que es de Málaga y que ha venido a Madrid a abortar ¡de trillizos! (Pero no tengo ni idea de por qué irá a Zaragoza).
Solucionada la incidencia, el metro sigue y yo me bajo en mi estación.
-Suerte, que te vaya todo muy bien - me dice agradecida mientras me da un apretón de manos.
-Igualmente, que tengas buen viaje - le digo sonriendo.
¿Uno, dos, tres!!? Yo creo que ha sido la situación más surrealista de todos mis viajes en metro.