Me miraste y me engañaste. ¡Qué dulce es la mentira! ¿verdad? Todo tiene un toque peculiar y casi afrodisíaco. Lo más importante es lo que nadie te enseña, y mucho más importante es lo que ocultan tras su máscara de carne y hueso. Pura fachada.
Me miraste, y la culpa fue mía, porque yo también te miré. Te apoderaste de mí, y yo te creí. La culpa fue mía, otra vez. Si es un castigo yo me lo busqué, lo que no sé es ¿por qué tengo que castigarme? Me abrazaste y pude sentirte. Prometiéndome idilios me dejé la puerta del corazón abierta y la mente en blanco. Perdí; y la culpa fue mía, otra vez.
Hoy me he despertado como siempre, sin ti, pero con tu recuerdo latente; lo tengo en la mesilla de noche.
Vivo engañado y malherido. No por tu culpa, ni por la culpa de las otras veinte personas, sino por la mía, otra vez.