El olor de las despedidas inunda las mañanas
y ya he aprendido a no llorar por ellas.
Otra vez a recordar más tiempo del que vives bonito,
otra vez a recordarnos haciendo el amor,
riendo, llorando
o enfadándonos hasta la reconciliación.
Otra vez el final disfrazado de comienzo,
ganas de tenerte cerca.
Abrazos,
caricias,
besos,
orgasmos,
sueños...
Otra vez tan tú, tan nosotros,
tantas ganas de besarte y arañarte
al mismo tiempo,
de follarte con desprecio
y quizá, terminar amándote.
Otra vez, recordarte dormido
sin poder dejar de besarte
(podría pasarme toda la vida así)
con cada detalle de tu cuerpo
anclado a mis lunares
que ya te habías aprendido de memoria.
Pero llega el rencor, los celos,
las inseguridades, la desconfianza
y las caricias se vuelven ásperas,
llenas de dolor y sin ganas de amar,
tan solo una rutina estúpida y vacía
de discusiones sin propósito.
Cuando el único deseo
es volver a besarle
y anhelas cada momento a su lado
pero el no poder controlar los sentimientos
se apoderan de lo realmente importante.
Si no estás llega la lluvia, las lágrimas,
las heridas que no cicatrizan...
Prometo
(si el corazón me deja)
conocer a quien venga tanto
como para que no permita
que la mierda de las inseguridades
se apodere de lo bonito que tenemos.
Y que JAMÁS
nos corten las alas.