Revista Diario
No sé si me sentía bien o mal, en realidad ni siquiera sé si sentía algo. Lo había hecho, mi experimento, mi vendetta… Llegué a casa casi al amanecer, lo normal después de una noche de juerga. Allí estaba, durmiendo como un bendito, un pobre ingenuo que desconoce lo que acaba de pasar a pocos kilómetros de él. No tan pobre, me digo, fue por su culpa. ¿Y ahora qué? Me deslizo hasta el baño, me desmaquillo y me lavo los dientes, me pongo la crema y el pijama. Todas las huellas de mi traición estaban borradas. Había sido incapaz de salir de allí sin ducharme y quitar cualquier resto de otro hombre que pudiera quedar en mí. No sé si él fue tan considerado. Por fin me meto en la cama, a su lado, para no dormir. ¿Se lo digo? Mi cabeza no para, y con ese bullir de pensamientos se me va formando un nudo en la boca del estómago que no me permite ni tragar saliva. No los controlo y cuando no pienso una cancioncilla ocupa ese vacío, ‘que lástima pero adiós, me despido de ti y me voy’. ¿Será una señal? Ahí está, todo el tiempo lo mismo. Para que realmente sea una venganza, debería contárselo, que sienta lo que yo sentí, “Sólo fue un polvo de una noche, no significa nada, ni recuerdo cómo se llama”, me dijo. Me destrozó, me desgarró, me devastó.Publicada en detrasdeltocador.comSiempre le había pedido que si dejaba de quererme, si ya no estábamos bien juntos, por favor, me lo dijera antes de llegar a eso. Claro que él decía que me quería, sólo había sido un desliz, no recordaba ni su nombre… También siempre me había dicho a mí misma que si alguna vez me ocurría esto, le pagaría con su misma moneda. Pero ya no sé con qué fin. Lo he hecho, ¿y ahora qué? Esto no ha conseguido que me sienta mejor. Sé que hay parejas que continúan con sus vidas, con su rutina y de vez en cuando echan un polvo fuera de casa, una actividad consentida por los dos, así sí. Llegados a una edad, todos necesitamos tener compañía, entrar después del trabajo y tener a alguien con quien compartir impresiones, tomar un vino y ver una película cogidos de la mano. Mantener una rutina. Y si necesitas una aventura, sentir el riesgo, la emoción de lo nuevo, te vas de cacería. Pero, ¿es eso lo que yo quiero? No, seguro que no, no lo soportaría. Siempre me preguntaría si habría estado con otra. Esa interpelación tan común del final del día, ¿qué has hecho hoy?, estaría cargada de intenciones. El miedo de una respuesta inoportuna me paralizaría. Sería incapaz de seguir con mi vida. Se mueve a mi lado, me pasa el brazo por encima, al darse cuenta de que estoy ahí, se acerca, me da un beso en el hombro y sigue durmiendo. Con su calor me dejo ir y el sueño por fin me invade. “Me despido de ti y me voy”…