Revista Literatura

Otro personaje: la anciana de los gatos

Publicado el 27 enero 2014 por Benjamín Recacha García @brecacha

Máquina de escribir

Imagen extraída de http://www.margencero.com

La novela en la que estoy trabajando va tomando poco a poco forma en mi mente. No soy de los escritores que lo tienen todo estructurado antes de ponerse a escribir. Partiendo de una idea más o menos clara me gusta dejarme llevar por la historia más que ser yo quien la dirija. Sé lo que quiero explicar, a dónde quiero llegar, pero el camino es toda una incógnita, y me gusta sentir la incertidumbre, esa sensación mágica que como lector nos proporcionan las historias que nos piden que avancemos, que nos invitan a querer descubrir lo que vendrá. 

Ahora ya siento las mariposas en el estómago, esa deliciosa sensación que provocan las cosas que nos entusiasman pero que a la vez nos mantienen en vilo, que casi (o sin casi) nos asustan. Sé que voy a utilizar al protagonista, Alberto (que todavía no os había presentado), como hilo conductor, y que va a haber muchos personajes secundarios, la mayoría de aparición casi fugaz, con los que va a ir interactuando… en su viaje. Sí, efectivamente, el viaje vuelve a aparecer como elemento básico, pero nada tiene que ver con El viaje de Pau.

En entradas anteriores os he presentado a Lorena, la bloguera, y a Miguel Luján, el vendedor. Hoy os presento a una anciana muy peculiar.

Había varios bancos, donde se sentaban algunas personas mayores que no querían desaprovechar aquel magnífico sol de mayo. Llamó su atención especialmente una anciana que se encontraba en el banco más próximo al puente. Podía distinguir sus facciones con claridad. Profundas arrugas surcaban su rostro y tenía el pelo completamente blanco, recogido en dos largas trenzas que reposaban en su pecho y casi le llegaban hasta la cintura. La nariz aguileña y unos ojos oscuros de mirada profunda acababan por darle el inconfundible aspecto de una india americana. Vestía un abrigo de colores vivos y sonreía dejando entrever una dentadura aparentemente perfecta. Alberto quedó fascinado por aquella mujer que debía de tener más de ochenta años pero que, sin duda, se sentía joven. Sin embargo, su aspecto no era lo más llamativo, sino el hecho de que estaba rodeada de una multitud de gatos de todos los colores y tamaños, que la acompañaban en su baño de sol primaveral. Parecía una estampa sacada de un cuento.

Estuvo un rato observándolos. Contó hasta veinticuatro gatos. Los más jóvenes jugaban a revolcarse o a perseguir moscas y mariposas, mientras que los adultos descansaban junto a la anciana, ya fuera en el mismo banco, sobre sus piernas, o enroscados a sus pies. La mujer los acariciaba y les susurraba palabras que diríase que los animales comprendían, aunque la mayor parte del tiempo simplemente reposaban en silencio. Al cabo de un cuarto de hora la anciana decidió que era hora de marcharse, así que se incorporó y, apoyada en un bastón de madera, con pasos cortos y pausados, y rodeada de gatos, se dirigió hacia uno de los callejones que se perdían en el interior del pueblo.

Cuando el último de los felinos fue engullido por la oscuridad del callejón Alberto despertó de su hechizo y decidió regresar al hostal mientras se preguntaba por la historia de la anciana y sus gatos.

Os confieso que no tenía en mente el ir acercándoos mi nuevo trabajo de esta forma tan directa, trasladándoos casi en tiempo real los avances. Me atrevería a decir que me ayuda, resulta muy satisfactorio y alentador comprobar la buena acogida que tienen estas cápsulas, así que pronto habrá una nueva dosis.

 


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