Revista Talentos
Un trago sin pagar en una barra solitaria para una cita fallida.
Vuelves a casa mientras borras de tu brumosa cabeza la foto con atractiva cara que no apareció. Un viento hostil te devuelve al mismo punto de partida: donde la lavadora gira ausente de bragas; donde la canción de la ducha no tiene coros; donde el alquiler no se divide y la cartilla de ahorros no se multiplica.
Sin duda nadie puede culparte de falta de amor. No puedes amar sin amante.
Quizá sea más fácil ser amado que amar. Piensas en ello mientras remueves la sopa de sobre; mientras no te equivocas de cepillo de dientes; mientras no alzas la voz en discusión alguna; mientras haces trampas al ajedrez convirtiendo peones en reinas y aun así te aburres.
Los sábados son un oasis en mitad del desierto. Apuras el afeitado y gastas colonia para visitar lupanares con permiso de la cartera. Si no, los vídeos o el internet quedan perfumados, tu economía arañada y tú satisfecho. Nadie puede decir que eso no sea amor. Se puede decir que se trata de amor vulgar. Pero fijándonos en la segunda acepción que señala la RAE de la palabra "vulgar". Y es que resulta más común amar cosas que a personas. Sencillamente porque no las hay o porque están ocupadas en lo mismo que tú.
Acaba de irse otro amante sin pagar.