Revista Literatura

Oxy shots

Publicado el 26 agosto 2011 por Gasolinero

Seguramente sabrás, informado lector, que con las palabras inglesas que sirven de título a esta entrada llaman en Mallorca, concretamente en Magaluf, a unas máquinas para inhalar alcohol. Por medio de una boquila se absorbe oxígeno que ha pasado por una bebida, el gas arrastra el etanol de esta, consiguiendo que llegue antes al cerebro. Obteniendo unas borracheras rápidas y económicas. Las autoridades han comenzado a retirarlas por considerarlas peligrosas para la salud. Esta nueva me ha recordado la noche que inhalé ginebra, pero en este caso por la nariz.

Mi desmedida afición por el azúcar me ha provocado infinitas caries, con los consiguientes y terribles dolores de muelas. Un verano, no recuerdo el año, fue horrible. Los dolores me atenazaban practicamente a diario. Recuerdo unos comprimidos rosados que en absoluto rebajaban la intensidad de la aflicción. También aspirinas masticadas, me evocaban a uno de los protagonistas de «A sangre fría» y a parte del mal sabor, poco hacían por aliviar mi tortura. Con frecuencia pensaba en «Marathon Man», justo en el momento en que el doctor Szell taladra los dientes del incauto Thomas Levy, sonido incluido, aumentando la sensación de dolor. También recurría a remedios de la medicina tradicional manchega: caldo de ajos cocidos, enjuagues con coñac y aprisionar un dedo entre la hoja y el marco de una puerta. Con este método se conseguía que el dolor cambiase, al menos, de sitio por unos minutos a una zona del cuerpo menos castigada.

Un sábado por la noche, con cena previa en casa de Jota, el suplicio dental hizo que acudiese a una farmacia de guardia a recibir consuelo. Sentado en el poyete, pues no podía permanecer erguido, solicité ayuda al encargado de la botica. Compadecido el mancebo acudió al instante provisto de un específico, un anestésico local, me informó, relatándome la posología:

—Cuando te duela, con el aplicador te das toques, toques.

Otro sábado de ese infausto verano, acudimos en el Land Rover de los Habaneros, no recuerdo con cual de ellos, a Ruidera. A la discoteca «El Buho». Una vez allí y como casi siempre que estaba haciendo algo importante o divertido, comenzó a dolerme el dichoso molar cariado. Llevaba unas cuantas de esas grageas rosas, me las tomé. Como el dolor proseguía, recurrí a los enjuagues de coñac, Peinado a la sazón. Tras cinco o seis copas de brandy, bebidas (tras tener un rato el líquido sobre la muela lo tragaba, que no estaba la cosa para estropear) el calvario proseguía. Fui a pedir auxilio en forma de aspirina, único analgésico en aquellos tiempos, a la vecina gasolinera. El hombre que estaba de servicio me dijo que no tenían botiquín, pero que él conocía un método infalible para calmar el dolor de muelas:

—Te echas una poca ginebra en la palma de la mano —informó— y la absorbes rápidamente por la nariz. Mano de santo.

Desesperado pero satisfecho pues ya tenía remedio, acudí de nuevo a la boite. A un camarero le pedí una copa de ginebra, de la que fuese. Me escanció un destilado de las bodegas Peinado, protagonistas de la velada, que rezaba en la etiqueta, en un alarde de inventiva comercial, como «Gin Hebra». Deposité en la palma de mi mano un chorreón aspirándolo con fruición. La sensación fue como de coz de mula: noté el líquido llegando a mi cerebro y a la vez, como me asfixiaba.

Debió ser efectivo, pues la siguiente imagen que tengo de aquella noche es la del todo-terreno metido en el cráter de una laguna seca, con un lodo blanquísimo en el fondo y servidor metido en el albo barro hasta los tobillos y el resto de la cuadrilla pugnando por desenclavarme.

www.youtube.com/watch?v=Faf1ch7Q9XE


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