La novela nos cuenta lo que le sucedió a la niña Valme, una trágica historia que transcurre en un pueblo que vive del narco. Cada personaje explica en primera persona lo que sabe y lo que vivió. La novela es un excelente retrato social.
La tercera clase acaba de ser publicada por La Navaja Suiza Editores, 177 páginas. Lleva por subtítulo Una historia sentimental del hachís en la Baja Andalucía. Y la ilustración de la portada es de IRRA, Israel Gómez Ferrera. Pablo Gutiérrez (Huelva, 1978) es profesor de Lengua y Literatura en un instituto de Sanlúcar de Barrameda. Ha publicado las novelas Rosas, restos de alas (2008. Premio Tormenta en un Vaso al mejor autor novel en castellano), Nada es crucial (2010, Premio Ojo Crítico de Narrativa 2010), Democracia (2012), Los libros repentinos (2015), Cabezas cortadas (2018) y El síndrome de Bergerac (2020). En 2012 publicó el volumen de relatos Ensimismada correspondencia.
Las estrategias narrativas que eligen los escritores para desarrollar sus novelas no son algo accesorio. No se trata de algo accidental, externo a la obra. Pablo Gutiérrez nos cuenta una historia a través de muchas voces en primera persona. Son diferentes perspectivas, por lo tanto diferentes modos de explicar y entender lo que ocurre. Eduardo, Nico, Aurora, Mauri, Valme, Beatriz, Aldo, Guti… No todos hablan directamente en el relato. Hay voces que aparecen reflejadas en otras, a través de lo que hacen. La ausencia de esas voces sirve para dar más intensidad a esos personajes, aunque parezca paradójico. La jerarquía de las voces también revela algo. ¿Quién habla realmente? ¿Quién recuerda? ¿Qué será de la historia de esos chicos? ¿Quién la conoce? ¿Cómo contarla? No tener voz propia es sintomático.
La complejidad del tema exige esa polifonía. La realidad del barrio no puede ser descrita por una sola mirada, ya sea limitada, como la de un personaje concreto, o la mirada todopoderosa del narrador omnisciente que todo lo sabe. Pablo Gutiérrez nos anuncia al principio de la novela que algo terrible ha ocurrido a la niña Valme. Para descubrirlo tendremos que atravesar todas las facetas de la miseria humana, las vidas de los que habitan un barrio marginal, alimentado por el hachís y la ausencia de futuro. El sistema educativo, el instituto, es el espacio donde confluyen esas trayectorias vitales.
Todas las voces son necesarias, cada una un mundo, una forma de asimilar la ruina de la existencia humana en un pueblo en el que muchos vecinos viven del narcotráfico. Los personajes cuentan lo que vivieron. Nos ayudan a entender cómo se ha escrito el trágico destino de esas gentes. No hay un código moral único. Tampoco hay una única teoría sobre el ser humano. Los que hablan exhiben sus intereses, sus emociones, su jerarquía de valores… Vemos cómo las relaciones generan a las personas, por medio de lazos teñidos de necesidad, de pasión, o de mera inercia social. Cada persona aparece como un punto de fuerza que interacciona con el resto. La Broa es un ecosistema, sus organismos solo conocen la ley del más fuerte o del que mejor resiste. Los educadores tienen que hacer frente a ese choque de fuerzas. Ellos son una más.
En La tercera clase, Pablo Gutiérrez nos invita a acercarnos a la realidad, a las realidades. El estilo ácido muestra lo que hay y cómo lo perciben e interpretan los protagonistas, ya sean esos jóvenes perdidos y sin esperanza, esos profesores que querían salvarlos con la educación, esos políticos que tenían tan bellos ideales, esas familias que tienen que sobrevivir… Los mismos hechos vistos desde diferentes ángulos, incluso con categorías casi opuestas. El destino colectivo y las vidas individuales se entretejen como historias fragmentadas, sin un hilo común que aporte una explicación global de la realidad social. En el lenguaje cristalizan todas esas formas de sobrevivir en La Broa. Los modos de contar y argumentar de los protagonistas son el mejor indicio para saber qué ocurre y qué es lo que importa en cada situación. La retórica de un único narrador solo serviría para oscurecer, para ocultar. La expresión directa, cruda, del pensamiento de los personajes no es un mero adorno para impresionar. Es la única manera que posee lo real para manifestarse, ya hablemos de dinero, familia, amor, educación...
En la novela está muy presente la Argónida de Caballero Bonald. Si Joyce hizo con su Ulises una versión de la Odisea, Pablo Gutiérrez nos ofrece otra versión del destino trágico de los habitantes de las marismas y la desembocadura. La escritura de Pablo deja a un lado lo innecesario. La crudeza del estilo brota de los senderos de la realidad. No es algo forzado. Los testimonios van hilvanando una historia, pero también reflejan la miseria del existir en todas sus formas. Las voces se distinguen por lo que dicen, por lo que sienten, por lo que ven, por su forma de seguir cayendo en el abismo. El territorio social quizás determine todo lo que sucede. El mundo del hachís genera sus modos de vida, un mapa bastante cerrado de posibilidades y nada envidiable.
La tercera clase es una novela que saca a la luz muchas contradicciones de nuestra sociedad. La escritura de Pablo Gutiérrez sabe desvelar con precisión las grietas, los sinsentidos que resquebrajan nuestra historia reciente, desde el punto de vista económico, social o educativo. Ni el libre mercado, con sensibilidad social y todo, ni la enseñanza secundaria obligatoria, con tantos recursos, pueden remover los cimientos y dinámicas de La Broa. Pero la novela no habla de política, ni de sociología. Es un relato de personas, de vidas. ¿Quién se acuerda de esas historias? La desesperación y la resignación afectan tanto al profesor como al político o al alumno. La transformación social ya no es una posibilidad. La utopía ni se menciona. Todos quieren huir de esas tierras enfangadas.https://www.lavozdelsur.es/cultura/roedores-de-cultura/pablo-gutierrez-tercera-clase-historia-sentimental-hachis-baja-andalucia_291024_102.html