Una de las más hermosas virtudes de las que carezco es la paciencia.
La gente que me conoce negaría esta afirmación. Porque parezco muy paciente. Y lo parezco porque soy una persona amable, tranquila y pacífica. Pero amabilidad, tranquilidad y paz no son sinónimos de paciencia.
Otros dirán que tengo paciencia porque la demuestro. Y es verdad. Tengo cierto tipo de paciencia: la paciencia hacia los demás. Infinidad de paciencia para con mis alumnos. Grandes dosis de amorosa paciencia para mis seres más queridos: mi novia, mis gatitos, mis verdaderas amigas. Toneladas y toneladas de paciencia para mis padres. Pero esa no es la paciencia que me interesa.
La paciencia que me interesa, y de la cual carezco, es la paciencia para con la vida. Cuando deseo que ocurra algo en mi vida, cuando quiero que algo forme parte de mi experiencia cotidiana, no tengo paciencia. Lo quiero YA. Y si no lo consigo de inmediato, me invade la impaciencia y, con ella, el miedo, la desesperanza y la frustración.
Creo que siempre he sido así. Con el paso de los años, he aprendido a decirme ciertas cosas para calmarme, para hacerme entender, a mí misma, que querer o desear no implican necesariamente poder ni deber. Que, a veces, una quiere algo que no debe estar en su vida, y por eso no llega, y que estas cosas se terminan entendiendo si una consigue la necesaria paciencia para hacerlo. O que, a veces, una desea algo que es posible, pero no en las condiciones actuales; y que la diferencia entre su imposibilidad exasperante y la realización final del deseo no es más que cierta cantidad de paciencia para rellenar cierta cantidad de tiempo.
Pero, aunque me lo diga, solo me lo creo a ratos. El resto del tiempo me siento como un león enjaulado, que no puede salir a por su presa sin llegar a comprender muy bien el motivo. Incluso cuando no existe una presa definida, incluso cuando no hay jaula, me limito a recorrer el mismo círculo, dando vueltas y vueltas, mientras gruño amenazadoramente.
No aprendo la lección. Me da igual quince, que veinticinco, que treinta. Deseo arrancarle a la vida sus mejores bocados. Y no puedo esperar.
¡Porque no tengo paciencia!
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