Hay dos tipos de paciencia: la paciencia esperanzada y la paciencia sin esperanza.
La paciencia esperanzada
La primera es exigente y te demanda que sigas adelante porque sabe que en tí hay más. Es una paciencia sabia que sabe esperar porque espera siempre algo un poco mejor, pero no espera sentada. La paciencia esperanzada es una abuela activa, que sabe sacar lo mejor de sus nietos; que busca y rebusca recursos, que destruye sus excusas, que los alienta y los corrige.
La paciencia sin esperanza
La segunda paciencia es tristeza enmascararada tras una sonrisa falsa. Esta clase pertenece al que no espera nada de ti, ni se esfuerza porque lo alcances. Eres tú cuando te das por perdido. Es ese profesor que no corrige al alumno perdido porque se siente incapaz o le da lo mismo. La paciencia sin esperanza es falsa y estúpida; es una regañona tuerta que sólo ve lo peor de todos y de ella misma
Escoge bien tu paciencia
Ya lo ves: una lleva al triunfo por el camino del esfuerzo y la alegría, la otra a la desidia y a una tristeza gris, cada vez más callada, a la que no se le deja ni llorar. La primera te acerca a los ángeles, la segunda te convierte en piedra.
Escoge pues bien tu paciencia.