Continúa de la Página 1
Ah, las mañanas, cuando una vuelve al mundo saboreando todavía la que era en los sueños. Debía de ser hora avanzada porque los rayos del sol alcanzaban mi cama a través de las rendijas de la contraventana. La abrí, deseando sentirlos en mi piel. Por un momento fuimos ellos y yo, un par de amantes. Cómo se nota que ando con telarañas desde hace tiempo.
Mi hambre me llevó hasta la cocina, bastante vacía, aunque no faltaba ese té que me hace sentir verde, verde. Transparente, como me gustan las personas, y no ese café oscuro que vete a saber qué esconde. Nada decente para comer, ni un trozo de pan seco que a veces tengo la suerte de encontrar. Hoy me iba a tocar acercarme a comprar algo… ¡ostras, el coche!
Me vestí rápido, cualquier cosa, me pasé el peine, recogí el mono del suelo y salí apresurada esperando tener suerte y atrapar a Cesc antes de que saliera para Camallera. Me encontré a Laia dispuesta a charlar pero la dejé antes de que abriera la boca y vi a Cesc en el Stop, a punto de meterse en la carretera.
-Cesc, Cesc, para -grité con todas mis fuerzas, moviendo todo mi cuerpo para llamar la atención. Y Cesc me vio, vaya si me vio, como soy una de las únicas solteras de la zona y además buen partido. Esperó a que me acercara, me pidió un beso y sin siquiera mirarlo, me metí en su coche ordenándole que pasara por la gasolinera de Verges antes de ir al trabajo.
-Muy bien, señorita -aceptó Cesc, esperando obtener un beneficio-. ¿Y qué hay para mí a cambio? -El agradecimiento del universo -le repliqué con sorna, mientras la besaba en la mejilla-. Gracias, Cesc.
Viajamos en silencio porque la mañana era magnífica y porque todavía no había desayunado. Cesc parecía concentrado. En una curva pegó un volantazo y se metió por un camino atormentado que subía infinitamente. -Perdona -me dijo-, es un minuto, necesito ver una cosa-. Serpenteamos entre árboles de tiernas hojas verdes y llegamos a la cima de la colina, junto a una masía cuidada con un carro en la entrada como ornamento. Aparcamos y salimos. La vista era realmente magnífica, la plana, la cordillera, los Pirineos al fondo. El calor todavía no apretaba. Cesc observó todo detenidamente y fijó unos puntos junto a unas iniciales en un papel desplegado que sacó de su bolsillo. Empecé a intrigarme. -¿Qué es esto? -quise saber-. -Cosas nuestras, princesa-. Estoy acostumbrada a las rarezas de estas tierras así que no me inmuté. Pero decidí vigilar a Cesc de cerca.
