El baldío estaba en la esquina de su cuadra. Allí remontaba su barrilete cada tarde, tras salir del colegio. Si llovía, pasaba las horas espiando por la ventana hacia aquel sitio. Anhelaba el sol dominante y la piola tensa en su mano.
Pero esa tarde en particular había sol y la brisa necesaria para hacer volar su cometa de caña y papel japonés. Su mirada acompañaba el barrilete, un pájaro en el cielo.
Un quejido lo distrajo de su infancia. El cuerpo a medio vestir de la adolescente, detrás de un arbusto, le arrebató la inocencia. El hombre sorprendido en pleno acto, le quitó la vida.