No ha comenzado a llover pero el olor a humedad acompaña. El cielo está extraño, hay una luz rojiza entre las nubes. Puede ser el sol que se esconde o la sombra de Saúl que se aleja esta noche para complacer a sus superiores.
Leo un libro de Miguel Mejía, lo repaso una vez y otra vez. Anoto indicaciones en los poemas. Me entero que existe la mercadería del libro, piratas que engañan a herederos y publican libros que facturan en negro para no dejar constancia de su existencia. Siempre existieron los ladrones y los sinvergüenzas. Los alejé de mi sombra por complacer a mis superiores.
Vivir no consiste en engañar, ni en robar. El egoísmo es fruto del maquiavelismo, del síntoma transitorio que provoca el no ser.
En los últimos meses he conocido a gente honrada, sencilla, humilde y sincera. Me acompañaban los hielos derretidos.
Hoy escucho sobre editores que cobran por publicar y de otros que quiebran. Guardo silencio, aprendo. Levanto la vista y miro las negras nubes que no se apartan del cielo. No hay pájaros. Sobran los pajarracos.
Regresan las extrañas presencias, las piedras en la mano y los anillos. Lo falso suele no ser coherente, y lo descubres. No solo por las palabras, por los actos, los hechos, también por la mirada. Unos ojos azules, negros, marrones…
Hay una luz inmensa en el cielo. Una luz rojiza. Grito el nombre de Loreto pero no aparece nadie. Mi hijo dice que he dormido un buen rato. Creo que el que se ha dormido ha sido él.