Justo ayer reflexionaba en mi “alter ego compartido”, La línea de Euler, sobre lo negativo de centrar la Navidad en los regalos. Esta mañana, al publicarlo, pensé que igual había exagerado un poco, que tengo el espíritu navideño bajo mínimos históricos y quizás me había puesto un poco pesimista.
Pues no. Creo que me quedé corta.
Hoy había comida familiar, yo no he ido, pero he estado allí sin quererlo porque parece que se me ha nombrado más de lo que yo quisiera. El caso es que he debido romper unas cuantas reglas no escritas (y por mi desconocidas) sobre los regalos navideños porque no he salido muy bien parada. Los testigos presenciales que me han transmitido la absurda tensión de la conversación, mi hijo y mi gemela, a quienes tengo que agradecer su apasionada defensa, no han sabido tampoco resumirme que es lo que había hecho mal, pero algo había hecho, sin duda.
El caso es que al final lo que debería ser una expresión de cariño se convierte en una obligación con unos mínimos que cumplir. Y si no los cumples, mal rollo. Así que hay atenerse a la lista, lo de improvisar no está bien visto (sobre todo si soy yo la que improviso), no vale eso de desgastar zapato para encontrar algo bonito a la vez que económico, y nada de amigos invisibles, eso si, tenemos que poner cara de sorpresa aunque todos sepamos de antemano lo que contienen nuestros paquetes.
Parece que un problema de comunicación y una cadena de malentendidos han desembocado en una crisis que se ha llevado por delante mi fama de Mama Noel andante. Tantos años currándomelo…
Pero esos reproches no me han dolido tanto como la sensación de ser juzgada desde una supuesta “superioridad moral”. No es que sienta que disfruto de impunidad para que nadie pueda opinar sobre mi vida, pero no soporto que se me juzgue sin conocimiento de causa. Es fácil opinar y criticar sobre el trabajo ajeno, la forma de educar a los hijos, o la actitud ante la vida, a todos nos gusta echarnos unas risas a costa de los demás, o simplemente sentirnos superiores creyéndonos mejores, o más inteligentes, o mejor organizados… pero todos tenemos defectos, aunque los de los demás nos parezcan muchísimo más insoportables que los nuestros.
Y hay palabras que hacen daño, o quizás es la forma de decirlas, o que mi hijo no debería haberlas oído.
Para el año que viene pediré instrucciones por escrito. Se pierde espontaneidad pero visto lo visto no quiero correr riesgos.