Así es, aquí están, míralos. Todos los papeles viejos, los únicos que quedaban. Las últimas copias, incluyendo sus réplicas en CD, rotos. Todo junto, desmenuzado y astillado, ha ido a la basura. Fin.
Desconozco las manías de los escritores actuales respecto al tratamiento del primer material que escapó de sus manos. En el modelo antiguo, la mayoría de casos con éxito cuentan una historia parecida: se destruyen las primeras tentativas, con asco, por miedo o por vergüenza. En el modelo nuevo es más complicado, porque las muestras se airean al ojo mundial a través de la red, publicados digitalmente, después quizás en papel; hay más rastro donde aferrarse. Mucho más que perder.
"¿Por qué lees tanto?"
¿Por qué escribes tanto?
Vergüenza propia, sí, un material mejorable cada vez que se abre el archivo de turno. Pero ha servido de justificación para la resistencia. Esto soy. Cambiar, retocar.
Con el nuevo año no vienen propósitos nuevos, sino deshacerse de lo antiguo. Y empezar desde el cero más absoluto. Lo único que queda disponible son los zombis-cadáveres, dispersos ahora en redes sociales de literatura.
Decir adiós puede ser tan difícil.
Aferrarse puede ser tan fácil, para evitar el miedo a crear. Justificaciones. Guardar algo como un tesoro cuando debería tirarse, perpetuando el bloqueo hasta el infinito. Resistirse a dejarlo marchar, para evitarse un dolor supuesto que no podremos soportar. Cuando el placer llega al dejarlo morir.