—Te voy a contar la verdad. Sí, la verdad he dicho. Solamente te explicaré cual fue la realidad de todo lo que siempre has pensado. Porque lo que dice el populacho, nunca fue verdad. ¡Bobadas de masas! —le dijo al muchacho mientras se sentaba en la silla de la cocina. —A ti te han enseñado muchas cosas imposibles como posibles. Cosas que son puras sandeces.
—¿Ah, sí? Pues nada, dedícate a darme clases —respondió él con insolencia.
—¡Mira que te...! —amenazó al muchacho con propiciarle un buen guantazo— ¡Anda vete a hacer los deberes!
El muchacho se fue con calma y vigilando la guardia. Quizás le cayera aquél coscorrón que tan merecido tenía. El viejo, por su parte, se sentó en aquella destartalada silla azul turquesa en la que tantas veces se había sentado cuando era niño.
"¡Pamplinas y más pamplinas!" pensó. Porque Pinocho terminó en la fábrica de Leroy Merlin y fue convertido en un revistero de una clínica dental de poca monta, y no siendo un niño de verdad. Blancanieves explotó la mina de los siete enanitos y se compró un respirador para su apnea del sueño. Aladdin atacó Agrabah y obligó a la princesa a irse a los campos de refugiados. Pocahontas desmembró a John y alimentó a las fieras del bosque. Y si hablamos de Caperucita, fue acribillada a balazos junto con el lobo por la abuelita, la cual siempre tenía el rifle cargado por si surgía algún imprevisto.
Pero a pesar de todo, estamos vivos y somos humanos. Así pues, no nos queda otra que convertir a los imposibles en posibles. A fin de cuentas, la voluntad es lo que cuenta.