Pánico en el supermercado

Publicado el 28 agosto 2012 por Dolega @blogdedolega

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Ayer por la tarde un niño de poco más de tres años, calculo, hizo que me riera a mandíbula batiente.

Intentaré reproducir la escena, escena que por otra parte, todos los que hemos sido padres, hemos experimentado en menor ó mayor medida.

Llego al Super y llevaba una bolsa con unos artículos que había comprado en otra tienda, así que me dirijo al sitio donde tienen la maquinita selladora para que cierres las bolsas que traes de fuera. Teórica medida antirrobo que no veo muy eficaz, pero ese es otro tema.

Llego y hay una joven madre que no levantaba los 35 años con tres niños. Uno como de ocho años, el del medio de unos seis y uno que debía tener unos tres años ó por ahí.

Ella lleva varias bolsas para sellar, síntoma de que ha estado haciendo las compras para la vuelta al cole.

Yo llego y me pongo detrás de ella a esperar que termine de cerrar las bolsas. Los niños están a su aire.

De repente aparece una chica muy mona con un minivestido camisero y unas sandalias a juego con el bolso. Lleva un carro de supermercado y al ver a los niños, se acerca por detrás a la joven madre, le toca el hombro para que ella se gire.

-¡Hola, qué hay!

-¡Hola, que tal!

-Pues nada que he visto a tus niños y he dicho, mira donde está Marta. Oye que antes de ayer, me encontré con María y me dijo que habéis quedado dos veces. ¡Haberme llamado, mujer!

-Ya, si es que ha sido todo muy precipitado porque ya sabes, el verano, andas de acá para allá.

Contesta la madre a modo de disculpa. Para atender a la amiga, ha dejado el sellado de bolsas y yo estoy allí de pié esperando a que termine para poder cerrar la mía.

-¡Pero si tienes mi móvil! Tú simplemente me llamas ó me dejas un mensaje, que yo voy seguro.

-No quede

Esto lo dice el pequeño de tres años que anda por allí merodeando, mientras sus hermanos mayores hablan entre ellos.

-Si hemos quedado una ó dos veces solo, porque la verdad con éstos-dice señalando a los niños-no tengo tiempo para nada.

-Ya, mujer pero siempre es agradable estar un rato relajada con las amigas.

- Que no quede

Vuelve a decir el pequeño.

-¡Por favor coge a tu hermano!

La madre está alterada y le insta al mayor a que controle al pequeño que da vueltas alrededor de la señora.

Yo empiezo a hacerme sitio para pasar a la maquina selladora, porque empiezo a sospechar que las dos jóvenes madres, se van a enrollar en una conversación típica.

-Además, ese sitio al que habéis ido, ¡Me apasiona! Hacen un café de escándalo.

Mientras la mujer dice eso, todo pasa muy rápido. El niño se planta delante de la mujer, le empieza a tirar del bajo del minivestido y la mujer lo mira mientras está terminando la frase y el crío cuando ve que la mujer lo está mirando, adopta la actitud de alguien que se esfuerza por que lo entiendan de una vez.

Habla en voz muy alta e intentando vocalizar de manera clara y palabra por palabra para asegurarse de que lo entenderán y gesticula moviendo sus bracitos de arriba abajo y con las palmas de las manos hacia arriba

-¡¡¡Que no quede, no quede quedá contigo. Po pezada. Po que dice que ere mu pezada!!!!

Silencio sepulcral. Todos, incluida yo, nos hemos quedado de piedra.

Los niños mayores, se miran entre sí, la mujer mira fijamente a la joven madre que a su vez ha quedado como si le hubieran tirado un cubo de agua fría por la cabeza.

Yo aprovecho para decir un suave “perdón” y hacerme de una vez por todas con la maldita máquina selladora de bolsas.

Ese acto rompe el maleficio y el movimiento vuelve a los protagonistas: La mujer con cara de no saber qué cara poner, dice un escueto “bueno, adiós” y entra en el supermercado corriendo. El mayor de los niños mira a su madre y le dice al pequeño con cara de enterado “te la has cargado, Tomás”, el mediano coge a su hermano pequeño de la mano, mientras la joven madre coge al deslenguado por la mano que le queda libre, lo zarandea y le pregunta con desesperación: ¡Pero porque no puedes estar callado, porque tienes que estar todo el puto día hablando, joder!

El pequeño pasa de todo y la mira sin entender a qué se refiere.

Yo sello mi bolsa y con una enorme sonrisa le digo:

-No te preocupes, todos hemos pasado por estas cosas. Los enanos a veces no juegan malas pasadas.

Y  entro a comprar la leche con una carcajada interior.

Aún hoy me río cuando me acuerdo del jodío niño “del no quede”