- Estás ridícula con esos pantalones. A tu edad...
- Son unos simples pantalones. ¿Acaso pone en la etiqueta la edad que debe tener quien se los ponga?
- Llevas diez años queriéndote comprar unos pantalones así, y ahora...
- Ahora me los compré. ¿Y...?
- Nada.
- No, nada no. Has dicho: "Estás ridícula con esos pantalones..."
- Porque lo pienso. ¿Qué será lo siguiente?
- ¿Lo siguiente...? Déjame pensar... Lo siguiente es hacer lo que debería haber hecho hace mucho tiempo: dejarte.
- ¿Perdona?
- Te dejo, Alberto. Se acabó.
- Marta... ¿Tú estás bien de la cabeza?
- Nunca he estado más lúcida en mi vida. Marta y sus pantalones ridículos te mandan a hacer puñetas.
****
- ¿Marcos?
- Hola nena, no esperaba tu llamada hasta la noche...
- Lo hice, cariño.
- ¿Que hiciste qué?
- Decir adiós.
- No puedo creerlo.
- Pues créelo.
- ¿Y se puede saber qué te ha decidido a hacerlo ahora? ¡Llevo meses diciéndote que te quiero y pidiéndote que te vengas a vivir conmigo!
- Unos pantalones de colores.
_ ¿Unos pantalones?
- Ya te lo explicaré cuando nos veamos. ¿Puedes venir a buscarme? No quiero permanecer aquí ni un día más.
- ¿Sigues en la playa?
- Sí.
- Voy para allá.
****
- ¿Cuántos kilómetros hay desde el hotel hasta aquí?
- Según dice Endomondo, cuatro.
- Es un buen recorrido. Ocho kilómetros por la mañana y ocho kilómetros por la tarde.
- ¡Qué listo mi niño!
- Tontita...
- Luego nos tomamos un helado. Me apetece uno bien grande, Marcos. De café y ron con pasas.
- Menos mal que caminamos mucho, nena, porque si no lo hiciéramos, íbamos a echar barriguita.
- ¿Me querrías menos si engordase un poquito, cariño?
- ¿Bromeas? Te quiero a ti. Eres muy severa contigo. Vive, cielo. Un megahelado y a sonreír.
- ¿Hasta mis arrugas te gustan?
- Tus arrugas son sonrisas que regalas. No podría vivir ya sin ellas. Has creado en mí una adicción, baby. Y sin verte caminar con esos pantalones anchos por la playa, tampoco. Estás preciosa, pareces más joven. Flores de primavera...
- Mis ridículos pantalones con los colores de mayo.
- Se ven cómodos y no son ridículos.
- Te quiero, Marcos. Estos pantalones son mis favoritos para pasear por la playa. Serena, tranquila, en calma. Así me siento de tu mano y con ellos puestos. Cuando cae la noche y con esta brisa tan agradable, no me veo con otra prenda. Sabes que significaron un cambio en mi vida.
- Cambios maravillosos. Adoro esos pantalones.
- Anda, dame la mano y vamos a tomarnos ese helado en una terracita del paseo. Y luego al hotel...
- Mmmmm, al hotel. Con esos ojitos que me pones, debo suponer que cuando lleguemos...
- Supones bien, nene.
- Marta, yo también te quiero.
- Lo sé.
Publicado en RELATO CORTO
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