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Pantalones de cuero

Publicado el 25 junio 2010 por Tuestilistaonline

PANTALONES DE CUERO
MARÍA GUIMERÁNS
A unos les vendrá a la cabeza la playa, a otros las vacaciones, los helados o la horchata; a los menos afortunados, las horas interminables de estudio para recuperar los suspensos. Yo, es pensar en el verano e irremediablemente rememoro la sensación de quedarme pegada en el sofá de “eskai” del salón.
PANTALONES DE CUERO
Era llegar el buen tiempo, subir un poco las temperaturas y aquella pieza infernal del mobiliario ochentero que en invierno te hacía tiritar al primer contacto, se convertía en una trampa mortal para el muslamen. No era sólo la sudoración que provocaba el contacto con ese plástico marrón que imitaba la piel con poca fortuna, sino el dolor y las marcas que quedaban en la epidermis cuando te levantabas después de un rato en la misma postura. PANTALONES DE CUERO
El caso es que los creadores del dichoso sofá de “eskai” se debieron hacer de oro, porque en todas las casas de la vecindad había uno frente al televisor. Más grande o más pequeño, tresillo o sillón, pero siempre con la espumilla amarilla asomando por las grietas de los reposabrazos. Ahora lo recuerdo con cariño, pero por aquel entonces le tenía tanta manía que me llegó a provocar un trauma que todavía no he superado y que he trasladado a una prenda de ropa:
 los pantalones de cuero me producen tanta aversión como el sofá de “eskai” con el que los asocio.PANTALONES DE CUERO
En mi barrio se pusieron de moda cuando a Televisión Española se le dio por reponer “Grease” hasta la saciedad. Esa escena final en la que Olivia Newton-John aparecía vestida de macarra, ceñida de piel negra, hizo mella en las adolescentes de entonces a las que, por desgracia, la prenda no les sentaba tan bien como a la actriz inglesa.
PANTALONES DE CUERO
Pero la primera persona que recuerdo con unos pantalones de cuero no era una mujer, sino un chico. Un amigo de mi hermano al que apodábamos El Chulito.
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El chaval se veía guapo con los pantalones y hay que reconocer que a las Olivias Newton-John del barrio les hacía tilín. Era escuchar el tris-tras del cuero acercándose y empezaban los cuchicheos. Yo escuchaba el tris-tras ése y sólo pensaba cómo haría El Chulito para quitarse unos pantalones que, en plena canícula, tenían que estar casi fundidos con los pelillos de las piernas. Y para lavarlos ¿qué? Porque lo de ponerlos al oreo una noche vale para la primera salida nocturna, pero nada más. Vamos, que le quedaban dos opciones: meterlo en la lavadora y arriesgarse a perder su sex appeal, o llevarlo a la tintorería, un lujo que en mi barrio sólo estaba reservado a los vestidos de novia y, como mucho, a los de comunión.
Creo que El Chulito nunca llegó a hacer ni una cosa ni la otra. Ni lavó la prenda en su casa ni la limpió en seco. Se dedicó durante unos años a marcar territorio con ella, nunca mejor dicho. Y lo cierto es ésa es la función principal de los pantalones de cuero, tal y como hoy los conocemos. Marcar territorio. Hacerse el duro. Parecerse a quienes los pusieron de moda, que fueron los moteros de los años 50.
PANTALONES DE CUERO
Porque esta pieza de ropa nació con un fin práctico: el de resguardarse del frío al viajar en motocicleta y aminorar, en la medida de lo posible, las consecuencias de una caída.
PANTALONES DE CUERO Hoy simboliza a los chicos malos que, como el Johnny interpretado por Marlon Brando en “Salvaje” (Laszlo Benedek, 1954), van dejando huella con su cuero ceñido. Su foto lo dice todo: es el único hombre que ha sabido llevar pantalones de cuero. El único que jamás se sentaría en un sofá de “eskai”.
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