Revista Literatura

Pañuelo de seda

Publicado el 30 enero 2020 por El Perro Patricia Lohin @elperro1970

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La ruta está despejada. El paisaje parece una postal de esas que se venden en los kioskos. Es uno de esos días que cae entre tu cumpleaños y el mío. Llevo un pañuelo de seda en el cuello. Odio la seda, pero la perspectiva de que algo fluctúe con el viento intempestivo que entra por la ventanilla me encanta. Lo compro antes de salir, un desperdicio ambiental y económico si tomo en cuenta que gasté mil quinientos mangos para lucirlo en la última escena boluda de nuestra vida juntos. Me decís que estoy hermosa y ensayo mi mejor sonrisa para responderte mientras se asoma por los labios entreabiertos mi diente desaliñado.
Todo es tan perfecto que hasta el vehículo está enjuagado, y puedo sacarme las sandalias sin apoyar mis pies en una montaña de arena.
Sabemos bien hacia donde vamos, pero ninguno de los dos dice nada. Un rato antes habíamos tomado un desayuno de esos suculentos: medio litro de café con dos medialunas. Obvio te quejaste de algo pero no te escuché. Nos leímos las miradas y nos hicimos bien los pelotudos, yo más que vos toda la vuelta. Decido seguir actuando aunque me sale bien para el orto.
Chequeo el celular despreocupadamente, le aviso a alguien que no voy a tener señal por un par de horas. Mentimos un rato más, tal vez unos ciento cincuenta kilómetros. De reojo veo el gesto que hacés con la boca cuando mentís, tus fosas nasales dilatadas indican que te estás quedando sin oxígeno y sin ganas. Flasheamos sobre dónde vamos a vivir y cuándo, mientras volvés a reafirmar que soy la mujer de tu vida. Entorno los ojos y te palmeo la mano dándote la razón como a los locos. Faltan dos kilómetros, lo dice un cartel con letras blancas desgastadas y varias huellas de tiro al blanco. Hay que doblar a la derecha. Acelerás y al fin nos estrellamos.


Me bajo y me sacudo el polvo que se me fue acumulando durante todos los años que estuvimos juntos. Ya no puedo ni quiero preguntarte cómo estás, esta vez no. Me voy dejando deudas, heridas y frases inconclusas. A cambio te dejo mi pañuelo de seda colgado en el espejo retrovisor. No sé, manejáte.
Patricia Lohin
Foto harpersbazaar.com
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La ruta está despejada. El paisaje parece una postal de esas que se venden en los kioskos. Es uno de esos días que cae entre tu cumpleaños y el mío. Llevo un pañuelo de seda en el cuello. Odio la seda, pero la perspectiva de que algo fluctúe con el viento intempestivo que entra por la ventanilla me encanta. Lo compro antes de salir, un desperdicio ambiental y económico si tomo en cuenta que gasté mil quinientos mangos para lucirlo en la última escena boluda de nuestra vida juntos. Me decís que estoy hermosa y ensayo mi mejor sonrisa para responderte mientras se asoma por los labios entreabiertos mi diente desaliñado.
Todo es tan perfecto que hasta el vehículo está enjuagado, y puedo sacarme las sandalias sin apoyar mis pies en una montaña de arena.
Sabemos bien hacia donde vamos, pero ninguno de los dos dice nada. Un rato antes habíamos tomado un desayuno de esos suculentos: medio litro de café con dos medialunas. Obvio te quejaste de algo pero no te escuché. Nos leímos las miradas y nos hicimos bien los pelotudos, yo más que vos toda la vuelta. Decido seguir actuando aunque me sale bien para el orto.
Chequeo el celular despreocupadamente, le aviso a alguien que no voy a tener señal por un par de horas. Mentimos un rato más, tal vez unos ciento cincuenta kilómetros. De reojo veo el gesto que hacés con la boca cuando mentís, tus fosas nasales dilatadas indican que te estás quedando sin oxígeno y sin ganas. Flasheamos sobre dónde vamos a vivir y cuándo, mientras volvés a reafirmar que soy la mujer de tu vida. Entorno los ojos y te palmeo la mano dándote la razón como a los locos. Faltan dos kilómetros, lo dice un cartel con letras blancas desgastadas y varias huellas de tiro al blanco. Hay que doblar a la derecha. Acelerás y al fin nos estrellamos.


Me bajo y me sacudo el polvo que se me fue acumulando durante todos los años que estuvimos juntos. Ya no puedo ni quiero preguntarte cómo estás, esta vez no. Me voy dejando deudas, heridas y frases inconclusas. A cambio te dejo mi pañuelo de seda colgado en el espejo retrovisor. No sé, manejáte.
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