Llevo un par de semanas intentando juntar el montón de documentos que la Agencia Tributaria (Hacienda para los amigos) tuvo a bien solicitarme para revisar mi declaración de Renta. Unos días antes me había mandado el SMS más deseado por cualquier persona a la que la declaración le sale negativa: “la Agencia Tributaria ha ordenado el pago de su declaración”, y día tras día consultaba mi cuenta corriente esperando ver el saldo considerablemente aumentado. Día tras día mi saldo iba lentamente menguando con el cobro cotidiano de recibos, pero nada del suculento ingreso.
Una semana más tarde me llegó la respuesta en forma de notificación electrónica (último grito en las comunicaciones de la Administración). Cualquiera que haya recibido un requerimiento de Hacienda sabe que es como cuando te para la Guardia Civil, “algo he hecho mal”. Y por la larga lista de documentación que tenía que reunir en el brevísimo plazo de diez días, yo lo debía haber hecho muy mal.
Así que estas dos últimas semanas me he dedicado a reunir papeles, a buscar por el fondo de cajones y armarios los que no encontraba, que diez años son muchos años para que la documentación importante, esa que siempre crees que sabe donde está, se quede quieta en un sitio. Algunos han aparecido, otros he tenido que pedirlos a tres notarios distintos. Es impresionante la de papeles que firmas cuando compras, hipotecas, amplias, te divorcias, y extingues un condominio, que no es ninguna especie rara, sino un tipo de propiedad.
“Deberá aportar original y copia de toda la documentación solicitada” significa tirarse toda una tarde fotocopiando escrituras, certificados de padrón, gastos de notaría, impuestos patrimoniales, sentencias judiciales, actos jurídicos documentados y todos esos papeles que creemos que una vez hemos firmado y formalizado nunca más tendremos que volver a ver.
Fue como darme un paseo por mis últimos once años. Recordé que me costó mucho encontrarla pero aunque era más de lo que nos queríamos gastar era la casa que andábamos buscando, grande, en mi barrio, cerca de mi familia y al lado del trabajo. Estaba embarazada y era feliz. Una semana antes de la Navidad de 1999 firmaba mi primera hipoteca. Seguí pasando hojas mareada por los números, amortizaciones e intereses de demora y llegué a la ampliación de hipoteca, las cosas iban bien y nos íbamos a meter en reformas, más números, penalización por cancelación y muchísimos más intereses. La reforma dejó la casa preciosa pero no arregló lo demás. Apenas un año después estaba en el juzgado volviendo a firmar papeles. Ahora no había números solo condiciones, fechas y lágrimas.
Momentos que Ariel cuenta mejor que yo…