Corría el año 1968, a toda velocidad, como en los mejores tiempos. Me dirigía apaciblemente hacia algún lugar que hoy no puedo recordar con exactitud. Llevaba puesto mi saco gris de fina costura, como de costumbre.
Institivamente, alcé mi mirada y me topé con unos pájaros de color azulado, tal vez golondrinas en pleno viaje migratario, pensé entonces. Sin embargo, y repententinamente, comprendí que algo había cambiado. Yo no era el mismo que hacía segundos atrás. Podía sentir con claridad la alienación transformándome, apoderándose de mi semblante; la situación me embargaba tan grotesca y nítidamente que dejaba manchas en mi compostura. En un segundo, al cruzarme con esos pájaros ignotos (debido a mi acotado conocimiento en aves), todo el cosmos había virado en torno a mi de manera adversa. Se lo podía intuir, presumir, hasta olerlo se podía.
Y entonces, con aire de resignación, decidí mirar... Vociferé a los cielos por clemencia, a aquellos mismos cielos que me propinaron la inmerecida desgracia. Pero todo fue inútil, y mi llanto en vano. Ya no se podía volver el tiempo atrás. Aquellas aves, tal vez tordos, quizá cuervos, pero con mayor probabilidad ordinarias palomas reincidentes, arruinarían sin tregua mi vida para siempre. Habían cagado mi saco gris de fina costura.
Indignado, despechado, con el alma hecha trizas y el temple añicos, entré en un kiosco, o una despensa, nunca supe bien; las lágrimas en mis ojos dificultaban mi visión. Quería sosegarme, necesitaba algo para calmar mi ansiedad: así fue que compré mi primer paquete de galletitas Surtidas Bagley.
Gracias a ese hecho casual hoy pude continuar mi vida tranquilamente. Tengo una hermosa familia, tres bellísimas esposas y 45367 hijos a lo largo del mundo, que demandan constantemente mi cariño y amor. No podría ser más feliz."
Homónimo anónimo. De "Testimonios sin moños", en A Nimo no me le animo, pp.1756-7, Ed. Comino, Pergamino, 1991 (estimo).