Por Gabriel Díaz, responsable de publicaciones de Global Humanitaria.
“No he ido a la escuela porque mi madre, que no estaba con mi padre, me dejó al cuidado de mi abuela que no tenía medios económicos para enviarme a la escuela”, cuenta Nadège Kouadio, de 19 años.
Nadége ha participado en los cursos de alfabetización que Global Humanitaria y su contraparte Sapharm pusieron en marcha en Daloa, una zona especialmente afectada por la guerra civil en Costa de Marfil.
“He aprendido a contar de 0 a 100 y de 100 a 1000. A calcular con los signos de la multiplicación, sumas y restas de 3 cifras. Además de los cálculos he aprendido a leer y a escribir las letras del alfabeto de la A a la Z y puedo leer hoy libros de cuentos”, relata. “Todo lo que he aprendido es interesante porque es útil dondequiera que me encuentre”.
Al momento de iniciarse estos cursos, en 2008, Costa de Marfil contaba con 18,6 millones de habitantes; de ellos un 61,4% de las mujeres, frente al 39% de los hombres, no sabían leer ni escribir. Y las encuestas realizadas en el área del proyecto permitieron conocer que sobre un total de 2.459 mujeres, la tasa de analfabetismo era casi del 76%.
“Yo no he ido a la escuela porque mi padre tenía muchos hijos y poco dinero. Envió a los chicos a la escuela y yo me quedé con mi hermana mayor en casa para ayudar en el campo”, explica Henriette Léamon. Por su parte, Brigitte Zago recuerda que su padre decía que “la niña no estaba hecha para ir a la escuela sino para las actividades en el campo y en la casa al lado de su madre”.
Similar fue el caso de Alice Djnan: “Cuando era pequeña, nuestros padres decían que la mujer era una fuente de ingresos para la familia porque si tú casabas rápido a tu hija, los gastos de la familia disminuían y aumentaba tu riqueza con el dinero que el marido daba como dote. Por ello mi padre no quiso que fuera a la escuela, debía aprender a ser una buena mujer al lado de mi madre”.
“En nuestros días es necesario estar instruido para vivir en la sociedad de hoy y quiero que mis niños no sean analfabetos como lo fui yo. Es un sufrimiento no poder escribir el propio nombre y estar siempre obligada a pedirlo a alguien. Nada de lo que he vivido debe sucederle a mis hijos”, remarca Henriette.
Alice sostiene que los cursos le permitieron ganar autonomía y conocimientos. “Antes no sabía cómo el presidente y el tesorero gestionaban las cuentas de la cooperativa. Con lo que he aprendido podré yo misma seguir la utilización de los fondos de la cooperativa de mujeres”.
Imagen: Global Humanitaria/Sapharm