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Parábolas Cybernéticas
Publicado el 07 octubre 2011 por AlexpeigTron Legacy duele a la vista. Así de simple y llana resulta la ampulosidad que exhibe en la escenografía y los diálogos, muy cercana al aparato visual desarrollado por James Cameron en Avatar. En ambos casos el escenario se convierte en textura, el dispositivo mediante el cual el juego cromático (a destacar la preponderancia de la gama azulada y sus implicaciones psicológicas) ubica una determinada sensación en la retina del espectador de forma que en cierto modo es casi una experiencia táctil. En nuestro imaginario posmoderno, el brillo arcano del "otro mundo" viene en forma de pantalla digital y es el propio espectador, seducido y narcoleptizado, quien crea el discurso en torno a la fe depositada en la tecnología. Nos gusta visitar otros mundos, y ese placer nos lo proporciona la visión de las sucesivas panorámicas (alucinantes) del mundo ideado por el demiurgo Flynn/Clu. El contenido temático es el propio de la ciencia-ficción folletinesca, y otra vuelta a las grandes preguntas sobre el destino de la humanidad poniendo el dedo en una de las llagas de la civilización, tal vez la que es fundamental: la herida del perfectibilismo, cuando el ser humano quiere ser algo que nunca podrá ser, aunque ya hace milenios le presentaron la promesa de llegar a serlo. Bueno, podrá serlo por la vía del escapismo, el ilusionismo hipnótico que caracteriza a estas orgías visuales. ¿Sustitutos a la religión?. ¿Opio electrónico?. ¿Transrealidad?. Lo cierto es que esta parábola cybernética conlleva la reflexión sobre la forma en que valoramos el avance tecnológico o, mejor dicho, sobre la conversión de este en un parámetro escatológico. El reciente fallecimiento de Steve Jobs ha encendido el debate y se dicen cosas como que sus innovaciones han contribuido a "mejorar el mundo". No aprecian tan solo un fenómeno en mayor medida cuantitativo (eficiencia en las comunicaciones y distribución de dispositivos, mayor cantidad de transacciones informáticas, más comodidades en la vida diaria, y un infinito etcétera) sino además esa cualidad de "superar la realidad". Sigan con el debate, pero la etiqueta de "revolucionario", aplicada a Steve Jobs, dispara sobre quienes la utilizan de ese modo. El progreso - y el mejoramiento del mundo, dicen algunos - es una suma infinita de innovaciones. Incluso cuando innovamos...sin saber exactamente para qué y hacia qué dirección.
Steve Jobs, al igual que Flynn, o el papel preponderante que las religiones han tenido en siglos pasados, ha sido un creador de un imaginario más o menos volátil, como todo en esta era posmoderna. Y el imaginario, en cualquier época de la Historia, tiene dos capas con las que podemos ritualizar ese deseo de trascender el presente. La primera capa es la idolatría, la carcasa superflua sobre la cual vertemos la neura supersticiosa. Es cuando el iPod o el teléfono móvil se convierten en objeto de reverencia, Salvador y guía de la sociedad atomizada. Una pauta transitoria de un flujo creador, imaginativo, mucho más amplio, la segunda capa, la cual ha existido desde el principio, fundamento de la conciencia humana que establece vínculos con cualquier signo u objeto. La iglesia católica llevó a cabo, durante siglos, una transformación paradigmática, y muy subversiva si la valoramos desde su contexto sociohistórico: cogió el panteón grecolatino, enaltecedor de las virtudes herácleas, y lo convirtió en el panteón de la iconografía cristiana remitida a las virtudes ascéticas. Y es que aquellos que consiguen controlar o crear el imaginario (promotores de los vínculos que establecemos con signos, ideas u objetos) son quienes controlan el mundo.