Segunda parte de la trilogía Paraíso de Seidl, junto a Amory Esperanza. Al igual que en el resto del tríptico, la protagonista de Fe es una mujer que busca la realización personal durante su periodo de vacaciones.
Anna Maria (Maria Hofstätter), que ya aparecía brevemente en Amor, es una especialista en rayos X, acostumbrada a mirar en el interior de los cuerpos humanos. Vive sola y su única afición es el amor a Dios. Regularmente se flagela mientras reza frente a una cruz, escucha Radio María, tiene un grupo de oración que anhela convertir a toda Austria al catolicismo, incluso dedica parte de sus horas libres a visitar hogares, regalando esculturas de la Virgen María y tratando de convertir a sus moradores, esos personajes secundarios que en la filmografía de Seidl suelen ser auténticos freaks. Su casa está repleta de una parafernalia religiosa (cruces, retratos del Papa, vírgenes, rosarios, agua bendita) por la que la protagonista siente un cierto fetichismo. Un día, al regresar a su casa, se encuentra con Nabil (Nabil Saleh, un actor no profesional), su marido, un musulmán egipcio condenado a una silla de ruedas por un accidente, que quiere volver a vivir con ella. La nueva situación generará toda una lucha de religiones dentro del hogar, no exenta de episodios violentos y de situaciones en las que uno no sabe muy bien si reír o llorar, o ambas cosas a la vez.La fe de Anna Maria es ante todo una fe ciega, un fanatismo que nace de la absoluta certidumbre de que la religión que practica (la católica) es la buena, la auténtica, la verdadera, y es por tanto superior también a todas las demás. Su certeza es tan fuerte que Anna Maria no duda en emprender su particular cruzada en una Austria que percibe moralmente decadente (en la que cerca de un 60% de austriacos se declara católico), donde es posible encontrarse en un parque, tal y como le sucede a la protagonista, una orgía de cuerpos desnudos fornicando en mitad de la noche. Por lo que a Nabil se refiere, no le va a la zaga en la práctica de sus ritos religiosos musulmanes. A pesar del amor que ambos profesan por sus dioses respectivos y de la bondad de sus creencias, son también capaces de desplegar una malvada crueldad el uno contra el otro, hasta el punto de acabar convirtiendo la casa en un infierno terrenal y claustrofóbico, escenario de un fundamentalismo religioso y un choque de civilizaciones similares, aunque a pequeña escala, a los que a veces contemplamos en nuestras sociedades.