Sólo conozco Polonia —cómo casi todo— de oídas. Seguramente nunca vaya a ese país; ni a muchos otros. No soy viajero. Ni tampoco puedo serlo: me tengo que conformar con los viajes literarios o televisivos. O depositar mi esperanza en algún borgiano sorteo. Pero conozco a gente que ha estado allí.
Alguien cercano estuvo en la División Azul y tuvo una hija con una polaca. Su pintoresca mujer acepta este hecho sin rechistar, incluso presumiendo de ello; el ayuntamiento con la eslava tuvo lugar antes de conocerla. Una hija rubia en la Podlaquia y sin saber nada de ella desde el 45. Algo que contar en las tediosas reuniones familiares a alguien nuevo. Un amigo mio ha estado en el Bosque de Białowieża, creo. Éste camarada sí es un viajero y conoce medio mundo. Hace bien.
Servidor conoce la Galitzia y Lublin por los cuentos de Isaac Bashevis Singer, escritor polaco, premio nobel y judío. Nació en Polonia cuando ésta dejó de serlo, en 1904 y murió en Miami en 1991. Escribía en yidis, que es el idioma que hablan los judíos de Centroeuropa: los ashkenazies. Era hijo y nieto de rabinos, cómo Antoñito el Camborio; un hermano suyo también fue escritor. Sé de Gdansk, capital de la Pomerania, por la revueltas de Solidaridad; de Silesia y Cracovia por el anterior Papa. Auschwitz. Me consta que Copernico, Chopín y Marie Curie fueron polacos. En fin, todo de oídas o de leídas. También sé que el destino de Polonia ha sido de tragedia constante, todos sus vecinos han tomado en cada momento lo que les ha apetecido de ella.
Causa admiración, según cuentan los que han estado, el optimismo del pueblo polaco, tan lejos, paradójicamente, de su sino traicionero.
Hablando de paradojas, resulta cuando menos curioso que la Iglesia dedique la festividad de San José a conmemorar el día del padre, cuando por todos es sabido que el verdadero padre de Nuestro Señor es Dios y que el anciano carpintero solo fue putativo, asumiendo, no obstante, el rol de progenitor del Mesías niño y joven. Tal vez no sea un contrasentido, sino que está puesto así con toda la intención de reafirmar la bondad del viejo artesano ¿Quien sabe? Los caminos del Señor son inescrutables.
En esos días los valencianos celebran las fallas, fiesta de mucho andar para los ajenos que quieren ver el mayor número de monumentos en el menor tiempo posible y de mucho disfrutar para los falleros. Es la celebración que mejor ilustra el carácter de los levantinos: todo para pólvora. Hay que regocijarse, pues estamos aquí de visita y cada día que amanece es de agradecer.
He oído contar que los míticos primeros pobladores de Tomelloso vinieron de Valencia. Puede que sea cierto, pero la extroversión del carácter nos la dejamos en nuestro peregrinaje a esta tierra de promisión, seguramente en Sisante. Poco tiene que ver nuestro ascetismo estepario con la fiesta y la simpatía valenciana. La hospitalidad de la que hacemos gala —dime de lo que presumes— ha dado lugar al famoso aserto: «Los huéspedes y la pesca a los tres días apestan».
¿Cómo son capaces los valencianos de distinguir la calidad de una mascletá u otra? Cuando después de haber perdido el sapo del oído por las explosiones, el sentido del olfato por el olor a pólvora y el de la vista por el humo, oyes al de al lado afirmar la mejoría de ésta con respecto a la de ayer (en la que tú forastero sufriste los mismos síntomas que avui), te quedas sin palabras.
Fallas en Polonia, que cosas.
P. S.
Paradójicamente, canciones tristes.