Imagen: Página Siete
Al momento de escribir esto, la ciudad de Potosí ingresa en su jornada décimo novena de paro indefinido. Desde el primer momento al gobierno central le tuvo sin cuidado que se hayan bloqueado las salidas a otros departamentos, suspendido clases, paralizado el comercio y otras actividades que coadyuvan al normal desenvolvimiento de la región. De todos es bien sabido que cuando los potosinos entran en huelga se paraliza todo y se atrincheran en la intransigencia, como pudieron sentir en carne propia decenas de turistas extranjeros que fueron impedidos de abandonar la ciudad al menos por una semana. Gracias a la paciente negociación de sus embajadas finalmente pudieron librarse de la amarga experiencia y seguramente con la convicción de no volver nunca más. Lo llamativo es que el gobierno gasta una millonada en campañas con el eslogan “Bolivia te espera” como trampa publicitaria para atrapar viajeros del exterior. Y así los esperamos con la posibilidad de algún bloqueo para que retornen con el plus de haber experimentado temor y otras experiencias adrenalínicas que contar a sus familiares. Turismo de aventura le llaman, si no me equivoco.
En el ínterin hemos visto espectáculos de lo más dramático: crucifixiones simbólicas en torres de electricidad y otros sitios, marchas de toda laya, huelgas de hambre hasta en otras capitales como Cochabamba de los residentes potosinos. No se le movió un pelo a Su Excelencia, de quien se narra hasta la saciedad que es muy valiente para enfrentarse a las fuerzas del mal empezando por el imperialismo y su brazo económico el capitalismo. Por ahí también cantan los nuevos trovadores el más grande logro que S.E. haya podido darle alguien a Bolivia: la Dignidad, que con ella no pueden compararse todos los tesoros que encierran la tierra y el mar, parafraseando a Cervantes, que al poco tiempo también sopesaba la valía de alguna cuestión concluyendo que “vale un Potosí”.
Pero para S. E., Potosí no había valido ni un carajo, tal como se puede extraer de su soberbio silencio y hasta desprecio hacia las demandas potosinas, siempre desde la comodidad de un sitio alejado del conflicto. Las pocas veces que abrió la boca fue para tildar a los dirigentes de “desestabilizadores” de la democracia y de estar manipulados por intereses políticos y mezquinos. Y como colofón absurdo se estrelló contra “algunos chilenos” que estaban detrás de las movilizaciones, burda acusación que causó hilaridad en las autoridades del país transandino. El caudillo pudo atajar el problema en su fase inicial, yendo a negociar personalmente con los cívicos potosinos, y tenía la obligación moral ya que ese departamento siempre le ha votado masivamente a favor. Pero él prefirió ignorarlos largándose al extranjero a inaugurar estatuas, cumbres y otras obligaciones de Estado que, según dicen, demandaban su infalible presencia. Aun mas, a su retorno se paseó por el resto de la plurinación, acudiendo de invitado a ferias, simposios y demás aperturas de manual, donde no olvidó sus rutinas de practicar fútbol sala. Pero visitar Potosí ni en broma. ¿Será que puede argumentar que no tiene pista internacional para atender a su modernísima aeronave?, ese bendito aeropuerto que exige Potosí como parte de sus demandas y que el gobierno califica como inviable luego de prometer hace cuatro años.
Ante la indiferencia sistemática del régimen, los potosinos encabezados por su comité cívico (Comcipo) arribaron por miles a la sede de gobierno hace una semana, donde todos los días se volcaron a marchar y violentar la tranquilidad del centro paceño, provistos de petardos y cartuchos de dinamita que portan los mineros. Entre convocatorias distraccionistas e intervenciones policiales con gases lacrimógenos se intercambiaron horas de tensa tregua. La ciudad yace a su suerte, con la sensación de que no hay gobierno salvo por las fuerzas del orden bien pertrechadas que custodian el sueño del caudillo y de su consejero vicepresidencial. Solo los ministros dan la cara, asumiendo el rol protagónico y cuyos llamados al diálogo no son suficientes para los agotados dirigentes.
Entre idas y venidas a la mesa de negociaciones, el meollo del asunto ya no se centra en el pliego petitorio de 26 puntos sino en el pedido de que los acuerdos futuros se zanjen con la firma sacrosanta de S.E., pues los potosinos ya no se fían, con justa razón, de las promesas gubernamentales. Como antecedente, en 2010 se produjo otro conflicto prácticamente calcado (hasta en el número de días de huelga) a éste, donde les prometieron un sinfín de obras que ahora el régimen escamotea a título de inviabilidad técnica e insostenibilidad. La demagogia en su máximo esplendor hizo de las suyas y ahora toca pasar factura. Lo insólito resulta que a pesar de los incumplimientos, el abandono estatal (imperdonable en plena bonanza de los precios de los minerales) y otras actitudes de menosprecio hacia esa región, sin embargo, en octubre pasado todo el departamento potosino volvió a premiar al caudillo proporcionándole una votación de más del 60% entre las más altas del país. Tienen razón algunos estudiosos cuando sentencian que algo raro y enfermizo pasa con esta sociedad que aplaude y obedece sin rechistar a sus amos de turno, especialmente notorio en la Bolivia de Evo. Tal como la declaración llorosa (patéticamente literal) del presidente de Comcipo sugiere: “he votado por el señor Presidente, he creído en él”.