Parte II. Déjame cerrar los ojos para no pensar...

Publicado el 23 enero 2011 por Anaesther
   La vida cambia de forma radical en un instante. En ese momento de tensión que excita tus hormonas y propugna una gran cantidad de impulsos que no están dispuestos a detenerse en tu cerebro. La pasada entrada me propuse concluir un episodio aparentemente cómico… Pero esta vez será como un capítulo de Los hombres de Paco, empieza de forma divertida, se prolonga, y finaliza de forma no tan entretenida.    Retomo. Aquel miércoles terminé por dirigirme a las prácticas de Lengua y Escritura Literaria. Y es aquí donde le agradezco al plan Bolonia que contrarrestara mis pocas ganas de acudir a ellas. El ejercicio de aquel día consistió en realizar metáforas originales, que se salieran del convencionalismo en el que estamos acostumbrados a descansar… Mi idea es retomar aquellas metáforas, aquí y ahora, sin pensar, sin divagar sobre qué término escoger para agradar al lector… Las aplicaré desde Su perspectiva. Desde la perspectiva de ella. De una mujer de treinta y nueve años con una niña de cuatro meses recién cumplidos y un niño de cinco años, a la que le han diagnosticado una leucemia. Algo importante que aprendí en aquellas clases es a saber hablar del cáncer y sus derivados con naturalidad, a apartarse del escándalo social que genera el mero hecho de oír alguno de estos términos. A veces lo más importante no es aquello que has estudiado en la página tres, sino lo que resurge de forma fugaz, y que retomas tiempo más tarde aplicándolo a una situación determinada. Ese es el poso del saber. Las pequeñas cosas que hacen que tu vida tenga sentido. Los pequeños detalles que relacionan acontecimientos inconexos. Las migajas que hacen que no te sientas extraño de tu propia vida, que logres entender lo que sucede. Pero no divagaré más, porque, al fin y al cabo, si he de hacer una tercera parte de esto será para contaros que a un pequeño de cinco años se le iluminó el rostro al ver a su mamá de nuevo en casa, llevándole al cole, preparándole el almuerzo. Será para contaros que la pequeña Sofía no quiere mimos si no son de su madre, que está aprendiendo a caminar con ella, y que la hace levantarse todas las noches a las tres de la madrugada para cambiarle el pañal. Será para contaros que su marido le da un beso cada mañana acompañado de un “buenos días, cariño” mientras le prepara unas tostadas con mermelada. Será para contaros que uno de los miles de millones de héroes que luchan cada día en el silencio, ha vencido contra sí mismo. Porque al fin y al cabo alguien dijo una vez que todos tenemos una parte positiva y una negativa… Lo importante será cuál potenciemos… Y que disfrutemos al máximo de esos pequeños detalles que nos hacen ver la vida con una perspectiva diferente…   Me siento extraña, como una hoja seca peregrina por un pantano helado. Torpe, como un abogado encarcelado en su propio caso. Absurda aquí tumbada, como un monigote ante los ojos de un humano. Vacía, como la sonrisa cínica de aquella enfermera del pasillo tres cada vez que preguntan por mí. Oscura, como esta niebla que puebla mi mente y me invade en las noches solitarias de hospital. Febril, como un titubeo en un momento de fingida seguridad. Perdida, como una plaqueta proscrita por mis venas. Huraña, como un ermitaño en un día de Acción de Gracias en Nueva York. Vencida, como un rayo de sol apagado por el silencio de las nubes. Furtiva, como las lágrimas prohibidas que no puedo derramar. Inquieta, como los sollozos de mi pequeño cuando observa mi cabeza rapada. Errante, como mi vida… Quemada, como mi cerebro extenuado. Inútil, como un pirata sin su barco. Violenta, como un dantesco rock and roll entre gigantes torpones… Amarga, como la soledad del vagabundo en Nochebuena. Macabra… como las ganas de acabar con este sufrimiento que se solapan en mi agonía…
Ana Esther