Releo cien páginas de Las partículas elementales. Voy reconociendo las historias, los personajes como si fueran viejos conocidos hoy casi olvidados.
Siento de manera más directa que la vez primera el sentido moralista (en sentido bueno o clásico) del texto: los huérfanos, hijos del 68 y de la liberación sexual en un mundo terrible y desértico. Identifico también que el Michel tan abstraído en la ciencia es el alter ego del autor (nacieron el mismo año, se llaman igual).
Hay páginas de las que quiero apartar la vista. Por ejemplo, los abusos sexuales, físicos y psicológicos que Bruno sufre en el internado. Las muertes de los abuelos, asimismo, son narradas casi de forma naturalista. No digamos las cosas del cuerpo y la sexualidad. Aunque entiendo la ironía. Véase en la página 22: "En el caso de Djerzinski, estas consideraciones estaban fuera de lugar: la polla le servía para mear, y eso era todo."
Justamente, es una novela generacional pero sin la autocomplacencia que surge, por lo general, cuando alguien invoca la palabra generación.
(Entreparéntesis: No es "generación" un concepto meramente sintagmático?
No lo parten de arriba a abajo la división en clases sociales y la competitividad propia de los estamentos literarios e intelectuales?
No es mero correlato de un discurso nacional rancio y menos que una comunidad transparente la opaca asociación en base a intereses, simbólicos pero, en fin, intereses?)
El descreimiento flaubertiano, la distancia disciplinada y crítica nos recuerda a cada paso que esto es novela en borde árido.
Con esa desesperanza acompasada sigo leyendo.