Después del parto de Gonzalo, mi primer parto que fue instrumentalizado y no respetado (lo podéis leer aquí), cuando me quedé embarazada de Jimena tuve claro que no me pasaría lo mismo. Desde el minuto uno, sin saber si todo iba a salir bien o mal, me puse a buscar hospitales de mi comunidad que respetaran el parto.
Dí con muchos y creo que mi elección no pudo ser mejor. Pude visitar las instalaciones que disponía el hospital, pude leer otras opiniones de madres que habían dado a luz allí y de todas sus ventajas así como el respeto al parto natural.
Con 38 semanas y dos días, Jimena decidió que era momento de ver mundo. Las contracciones empezaron sobre las diez de la mañana, pero la mayor parte de ellas las pasé en casa. Cuando Gonzalo ya estaba con mi suegra, nosotros decidimos que ya era hora de ir al hospital. Llegamos al hospital a las 2 de la tarde y aun no había roto la bolsa. Llegaba dilatada de 6cm (poco más y la tengo en casa... si lo llego a saber me espero) y me pasaron a dilatación. Allí pude disponer de una pelota de parto para mi y total movilidad, por tanto me sentía como nunca. Sentí que empezaba a soltar líquido, se había hecho una fisura en la bolsa pero aun no estaba rota del todo, así que la matrona decidió acabar de rompérmela ella misma.
No voy a negar que el rompimiento de bolsas duele, por desgracia era algo necesario y así lo hicimos. El parto de Jimena fue precioso. No me pusieron epidural, sentí cada contracción, cada dolor, cada signo de que mi cuerpo estaba dando a luz. Fue un momento especial. Con cada dolor me iba haciendo mujer, la mujer que no pude ser en el parto de Gonzalo.
Lo que no sabía es que lo mejor aun estaba por llegar. Cuando parí a Jimena me sentí realizada al 100%, pero el parto de Sofia aun fue más especial.