Sonrientes tras sendas tazas de café, me desafía mi editor al pedirme la descripción exacta de una de mis escenas sexuales favoritas.
-Tiene que ponerme a tono a mí, que ya sabes que no es precisamente fácil -me recuerda.
Y llena de entusiasmo le relato -susurrante- mi “Paseo de mujer”. ¿Si estoy aprobada? Aún no lo sé; lleva diez minutos en el lavabo de la cafetería.
Esto es lo que se llevó consigo:
“Tras ser montada durante largo rato, la dama se revuelve y doblega al corcel que nunca pensó en mejor destino. Feliz, el macho olvida que es muy superior a ella en fuerza y se deja vencer sobre las sábanas color cielo que lo acompañarán en cuestión de minutos a la gloria anhelada. Todo deseo estancado es un veneno, y él ya iba notando los estragos del arma mortal en su mente; de ahí su enorme satisfacción.
La dama sujeta a su hombre por las muñecas, disponiéndolas sobre la almohada e inmovilizándolo al tiempo. Sabe que él se lo permitirá. Que le consentirá todo lo que a ella se le antoje, y la hembra quiere cabalgar y sentir su firmeza. Es más, quiere dolerse con ella. Y comienza el paseo.
Con el ritmo que el placer le marca, la Sensualidad se mueve sobre el fascinado animal que no da crédito a poseer semejante mujer; envuelto en su aroma de perfume francés, observa acalorado cómo sus pechos se le acercan a la cara con cada impulso y así no puede por más que incorporarse para rozarlos con los labios, que procuran más. Ese gesto provoca una invasión mejor y más profunda, que ella agradece elevando la voz y arqueando hacia atrás su blanca anatomía. La aceleración del galope sigue a la calma del paseo de la insinuante pelirroja y momentos antes de que el macho grite que no puede más, alcanza el clímax que la hará rendirse y desdibujarse sobre él.
Cinco minutos después, deberá arrodillarse como penitencia a su osadía”.
Aquí viene mi editor. Su gesto es mi calificación.
-¡Sobresaliente cum laude!
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