Paso al lado de Saúl Pushkin cuando todavía no sé que es Saúl Pushkin. ¿Quieres uno? Son poemas, dice. Un montón de rollos de papel blanco, atados con cinta dorada. Me interesa, así de repente, aunque admito que sólo llevo 72 céntimos en la cartera en ese momento.
Los escribo yo, dice, y seguimos hablando. Dice Pushkin, dice grupo con perfomance poética, actuación esta semana en el ecomercado de la playa, sí, nos gusta que participe también el público.
Cuéntame más le digo, en realidad por el aspecto de ir a buscarme la vida a vender mis pulseras, pendientes y collares; de la poética ya me ocuparé luego, decidiré luego cuando me esconda unos metros más allá, desenrolle el papel y lea. Está la dirección web en el folio.
Chao, chao.
Pushkin se llama Abel García en su DNI y eso me gusta, cambiar de nombre para escribir con el verdadero (el elegido libremente). Y su historia también, giras y perfomances y recitales, tan familiar la cosa como hice en su día. Pero desde el manifiesto Josef se ha acabado el lloriqueo melancólico, ya está, como si no fuera a volver nunca la otra existencia.
Y dice así, mi folio:
Largo viaje al fin de la noche, I
Respiro en mi invierno tu primaveray me dejo llevar por el delirio de tu mano,lejos de las ruinas y la decadencia del mundo,perdiéndonos un poco mas a cada paso que damosen el largo viaje al fin de la noche...
Las luces, las sombras, los ruidos y la prisa de la ciudadse disipan en el horizonte,bajo el influjo de la gran luna amarillay la mirada atenta de los gatos...
La realidad y el ensueño se confunden en un mismo planoy y a ni las palabras bastan para atrapar los significados,tras nuestras miradas cómplices y nuestros gestos desesperados...
que únicamente se comprenden en el lenguaje de los silencios,que es también el lenguaje del alma,
y el de los rumores arrebatados...
Saúl Pushkin