Paseos nocturnos.
Como todas las noches, se atiborraron en la gran despensa, retirándose cuando sus barriguillas ya reptaban por el suelo. Siempre con sumo sigilo para evitar llevarse un buen escobazo. Uno de los roedores olió el perfume de la mujer. Desde lo alto, esta lo miraba sonriente y serena, al contrario que otras veces. De la caja que sostenía escapaban unos granos de maíz que caían al piso. El ratón se relamió viendo ese maíz, idéntico al que acababa de devorar.
Torcuato González Toval.