El lunes me entero que la diferencia entre admirar o idolatrar a alguien estriba en la exaltación con la que se produce ese sentimiento. Siempre había pensado en la admiración como algo distante, lejano, platónico… una emoción que nada tenía que ver con la idolatría, la cual me producía rechazo por parecerme producto de la ignorancia, de la falta de espíritu crítico, igual porque siempre la había relacionado con la religión.
Por otra parte, la descripción del término exaltación incluye inevitablemente otra palabra que me encanta: pasión. La busco por curiosidad, y me llama la atención que quitando las definiciones que atañen a Cristo, solo quedan dos conceptos, la de pasión como estado pasivo, lo contrario a la acción, y la otra, la de verdad, la que todos entendemos: perturbación o afecto desordenado del ánimo, inclinación muy viva hacía otra persona, apetito o afición vehemente a algo.
Y aunque lo de perturbación y desorden me suena a enfermedad mental ese es el efecto secundario de la pasión que más me gusta. Entendámonos, yo las únicas pasiones que he sentido son amorosas, quizás si ese desorden se refiriera a que mi pasión por un cantante de moda o un equipo de fútbol me hiciera descuidar mis responsabilidades o pintarme la cara de rayas de colores, intentaría hacérmelo mirar, pero nunca he perdido los papeles por ese tipo de asuntos, ya sea por mi manía de racionalizarlo todo o, lo más probable, por mi exagerado sentido del ridículo.
El ánimo desordenado, me encanta esa idea, fiel descripción de esos momentos en los que no te importa nada ni nadie excepto “esa persona”, la que te vuelve del revés, por la que dejas cualquier cosa que estés haciendo para estar con ella, con la que las horas parecen momentos, la que “desordena” el corazón acelerándolo sin otra causa aparente que su sola presencia, mientras sientes esa necesidad física e imperiosa de tocar, acariciar, sentir…
Pero la pasión también puede doler, y de nada sirve la experiencia o la madurez, nada nos vacuna contra los celos, la infidelidad, la pérdida o la renuncia de un amor, ver como se te escapa la felicidad entre los dedos sin poder retenerla… es algo que soy incapaz de analizar y asumir, los sentimientos están ahí, pegando pisotones a todas esas buenas y razonables ideas con las que intentamos auto convencernos de que solo es eso, otra historia de amor que no ha salido bien.
Y dicen que el cerebro aprende de las experiencias pasadas, pero siempre que empiezo a sentir revolotear mariposas en el estómago tiemblo, porque en ese sentido creo que el mío no es nada inteligente…