Revista Diario

Patito feo

Publicado el 27 enero 2010 por Rizosa
Están de moda. Las películas musicales y series americanas sobre adolescentes escolares han protagonizado un boom importante en los últimos tiempos, llevando incluso a millones de teenagers con el pavo a  inundar sus club de fanses y a berrear sus canciones por los pasillos de sus propios colegios.
Yo no lo soporto. En serio, eh, me da hasta grima. Es una mezcla de miedo-estupor-rabia-ira, todo junto y transformándome en la Mujer Masa cada vez que alguien me habla de High School Musical, Patito Feo o Glee... porque por culpa de estas historias idealistas y estúpidas muchas mentes cándidas podrían llegar a pensar que no importa si eres feo en tu infancia, que algún día te convertirás en cisne. O que ser friki, empollón y diferente, aunque se rian de ti, algún día te hará molón y serás el rey del mambo. O que hay profesores chachis y coleguitas que crearán un coro en el que dejarás de ser miserable, demostrarás todo tu potencial y algún día triunfarás como los Chichos.
Pues no, queridos niños. No es así. Si eres feo/a, lo seguirás siendo toda tu vida a no ser que te operes mil veces como los famosos. Y ni así.
Si eres torpe, miope, tienes granos y no sabes cantar, nadie va a venir a tocarte la cabeza con una varita mágica y volverte un conquistador talentoso. 
Si eres diferente y los demás te ponen motes, tendrás que acarrearlos hasta que termines el colegio y huyas a la universidad... es ley de vida.
De acuerdo, lo habéis adivinado: yo fui una friki marginal. En el colegio lo pasé realmente mal porque me ponían motes, me insultaban, me llamaban empollona porque siempre me sentaba en primera fila (soy miope y más atrás no veía bien), se burlaban de mi torpeza en las clases de educación física y las monjas y mis compañeros  de clase me amargaron la existencia. He sido Marcianita, Robocop (porque llevaba gafotas, aparatos en los dientes y plantillas ortopédicas) y Dumba (porque mis pabellones auditivos son bastante generosos, y antes llevaba el pelo corto y se notaba más).
Reconozco que mi aspecto físico tampoco ayudaba:  era Lina Morgan.
Yo cantaba en el coro de la iglesia, y nunca nos hicimos famosos ni aquello me hizo más guay a ojos ajenos. Encima mi madre se empeñaba en disfrazarme de cosas ridículas (aaaay, qué graciosa es.... traducción: es fea, la niña)
Y para rematar la faena, jamás fui capaz de vencer a mis enemigos los miedos ni de tener la autoestima suficiente como para mandar al resto del mundo a tomar viento y ser feliz. Por tanto crecí con complejos, inseguridades, amarguras y llantos antes de dormir.
Hasta que les conocí a ellos, en Bup. Mis amigos, los otros frikis marginales. Y aunque juntos no éramos ni más fuertes ni mejores, sino que tan sólo éramos más chiquillos raros reunidos... pues lo llevé con mucha más elegancia. Y sobreviví, con la suficiente fuerza como para darme cuenta de que nunca seré guay. Lo asumí: somos lo que somos, y hay que aceptarlo. Y dentro de nuestras cualidades y defectos uno puede sacarse partido y llegar a explotar el máximo de sus posibilidades... sin comparaciones, sin envidias.
Os dejo con el último documento gráfico de hoy: una foto de la primera noche que salí de marcha, con dieciséis años. Atentos a mis pintas, a mi pelo, a toda yo. Lo que hace el no quererse y autodañarse, copón.  Os doy permiso para el descojone:
Venga ya, hombre. Si por entonces hubiesen existido series como High School Musical, definitivamente me habrían hundido en la miseria.
Menos mal que yo veía Sensación de Vivir, serie que muestra cómo a los jóvenes guays y buenorros también les pasan cosas chungas y se meten en la droga, en la delincuencia, se vuelven anoréxicos...
Dónde va a parar.

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