Pediatra

Publicado el 26 marzo 2012 por Karmenjt

Me ha parecido extraño entrar al pediatra, no solo hacía mucho tiempo que no iba, sino que los tres niños que rondaban los tres y cuatro años y jugaban ruidosamente con los juguetes de la sala de espera no tenían ya mucho en común con el adolescente de metro setenta y tres (certificado por la enfermera) que se apoltronaba en una silla con cara de aburrimiento.

Con suerte esta será la última visita obligatoria que hará en lo que respecta a la medicina infantil, este es su último año, a partir de los quince ya irá al médico de adultos, aunque aún no lo sea.

Haciendo un esfuerzo recuerdo mi pudor adolescente e intento bromear con él mientras esperamos a la doctora, la enfermera le ha dejado en ropa interior para pesarle y medirle y comprendo su incomodidad, aunque no dejo de sorprenderme de lo que ha cambiado en estos últimos meses y casi no reconozco al “casi hombre” que tengo delante de mi, sentado en la camilla y sonriendo tímidamente. Bueno si, esa sonrisa que le achina los ojos es muy suya, aunque a los dos años transmitiera una total e inocente felicidad y últimamente denote más inseguridad que otra cosa.

Pero eso cosa de la edad. Es que lo que la pediatra dice, entre otras muchas cosas, porque no para de hablar desde que entra hasta que salimos: pregunta, se ríe, palpa y ausculta, bromea sobre el prepucio para romper el hielo (imagino los pensamientos de cientos de adolescentes tumbados en esa misma camilla que imaginan con pavor las manos de la doctora bajándoles los calzoncillos para verificar la retracción del pene), se ríe todavía más, da unos consejos, anota, revisa la cartilla, parece que nos hemos saltado alguna que otra vacuna pero a estas alturas ya no le hacen falta y con una gran sonrisa nos entrega la receta para la última vacuna reglamentaria. Está perfecto, concluye.

Pero eso yo ya lo sabía.