Después de la segunda guerra mundial los países occidentales constataron el peligro, para sus intereses capitalistas, de la expansión comunista. Sin los aliados soviéticos la victoria sobre los nazis puede que no se hubiese producido o hubiese costado otros cuantos años y millones de muertos añadidos. Eso, que fue una bendición para los aliados, certificó el potencial comunista. Las democracias capitalistas occidentales entraron en pánico.
Tras la guerra, el enemigo pasó a ser el terror rojo. Parar la expansión comunista (¡Proletarios del mundo, uníos!) era lo prioritario. Optaron por una estrategia exterior de confrontación: Al enemigo ni agua, misiles y más misiles listos para lanzar (guerra fría) y apoyo a grupos militares opositores y guerra abierta (Vietnam, Corea...). La estrategia interna, sobre todo en Europa, que los teníamos a las puertas de casa, fue la de crear un estado del bienestar potente para que nuestros proletarios no tuvieran necesidad de revoluciones. Funcionó a medias. Medio mundo cayó en manos revolucionarias. Monstruosos países y enormes bloques de aliados pasaron a la orbita roja. Europa occidental pasó a ser la envidia mundial por su estado de bienestar, por los derechos y libertades de sus gentes.
La guerra fría, las calientes y el estado de bienestar resultaban muy caros de mantener y de dudosa eficacia para eliminar el comunismo de la faz de la tierra. El poder de los dueños del petroleo, además, comenzaba a ser un grano en el culo. Los comunistas no perdían fuelle. Occidente, cansado de esperar, tenía que buscar otra tecla que tocar, otra tuerca que apretar para que la balanza inclinara, definitivamente, de su lado.Y llegó Reagan, Thatcher, Gorbachev... y con ellos se encontró la tecla que estaban buscando.La tecla era el dinero. Darle agua al enemigo. Y Coca Cola. Cambiar misiles por luces de neón; cambiar política por mercados internacionales, derechos humanos por aviones privados. Y El Muro se vino abajo ante los cantos de sirena, ante la libertad de occidente y sus deslumbrante riqueza. Y la globalización, en pañales, dio sus primeros pasos. Llegaron tratados y liberalizaron mercados. Y el poder político y militar cedió espacios al poder económico. El poder del dinero daba mejor resultado que la confrontación. Y como el mito utópico de la revolución obrera ha muerto y nuestros obreros también han sucumbido a los encantos del neón, pues el estado de bienestar... Ya veremos.¿Y China? China caerá por su propio peso, pensaron. Haremos lo mismo, les enseñamos nuestra libertad y, sobre todo, nuestro dinero. Jóvenes con ansia de libertad y millones de pobres frustrados y abandonados por un sistema corrupto harán el resto, como en Rusia.
Y la plaza de Tiananmen se llenó de estudiantes y otros ciudadanos reclamando libertad. Y el gobierno chino titubeó, se debilitaban... O eso parecía. Occidente se frotaba las manos: “Los chinos caen, los chinos caen...” Pero la engrasada maquinaria de la dictadura funcionaba como un reloj suizo. Los tanques entraron en Tiananmen. Y se produjo una masacre de la que nunca sabremos sus verdaderas dimensiones.
Los estudiantes volvieron a sus aulas, los campesinos a sus chabolas, a su hijo único, a sus miserias. Y de los muertos y sus ansias de libertad nunca más se supo.A occidente y su dinero le importan una mierda los chinos, sus libertades y sus muertos. La tecla estaba pulsada. Y al nuevo orden mundial las dictaduras comunistas (igual que las otras) también le valen, siempre que hablen su idioma en los negocios. Y vaya si hablan su idioma, mejor que los nativos que lo inventaron.Y aquí estamos. La globalización ya caga sola y camina, corre y vuela perfectamente. El dinero y el poder de los mercados han devorado a los políticos del “primer mundo” y están devorando a sus ciudadanos y su estado de bienestar. La dictadura china se ha convertido en la primera potencia mundial y su influencia está marcando el camino hasta en el último rincón del planeta.Hoy, abril de 2020, el “primer mundo” y sus democracias se desmoronan bajo el peso de una emergencia que ha dejado al descubierto todas sus vergüenzas. Hoy, los políticos del todopoderoso occidente capitalista están groguis por el gancho de derecha que acaban de recibir. Se tambalean y, a punto de besar la lona, solo aciertan a balbucear: Ch... Chin... China...