En Pekín, “la ciudad que nunca respira”, como se le llama últimamente, el sol se olvidó de salir esta mañana. Ayer tampoco le vimos el pelo. Porque ver, lo que se dice ver, vemos poco, con un “smog” cada vez más denso y venenoso que nos tiene secuestrados, a los que podemos, en interiores. A los niños, castigados sin recreo, Disney se les sale por las orejas, mientras muchos adultos nos preguntamos qué demonios hacemos aquí.
La contaminación es a China lo que las hipotecas son –o eran– a España. No hay conversación entre padres expatriados que no comience, transcurra y acabe con menciones a la polución; raramente te libras de escuchar la manoseada broma de que este es el momento de comenzar a fumar, porque total no vas a notar la diferencia.
Esta es la razón número uno para abandonar el país, no sólo entre extranjeros sino, también, entre un creciente número de chinos de clase media-alta. Tener chófer no merece la pena si a cambio has de vivir en el #airpocalypse, la etiqueta de Twitter que nació el espantoso día en que la polución superó en casi 40 veces el límite recomendado por la Organización Mundial de la Salud. Los pekineses se protegen con mascarillas. La foto es de The Guardian.
Tengo una colección de mascarillas que ya quisiera Michael Jackson, pero si me informo bien sobre las consecuencias de vivir en este smog –y, qué remedio, suelo hacerlo– es para echarse las manos a la cabeza –o a la garganta.
¿Es la contaminación culpable del creciente número de niños con defectos de nacimiento? El corresponsal de la revista The Atlantic se hace esta pregunta en su blog, a la vez que comparte sobrecogedoras dudas de sus lectores: “Hay persistentes rumores de que la horrorosa polución en China ha ocasionado un enorme incremento de bebés que nacen con problemas en China”, señala un lector que trabaja en una agencia de adopción.
Si los niños se alimentan con verduras que han crecido en suelos plagados de metales pesados, beben agua contaminada y respiran las partículas más peligrosas (las pm2.5, tan finas que pueden penetrar más profundamente en los pulmones e incluso llegar a la sangre), sus cerebros en desarrollo podría verse afectados, indica otro lector, que añade: “Uno puede preguntarse qué otros problemas pueden resultar de esta alteración en el desarrollo normal del cerebro. ¿Están construyendo una sociedad donde ciertos desórdenes psicológicos son la norma?”.
En el post anterior hablaba de la velocidad a la que este mundo nace, se desarrolla y se destruye, no necesariamente en este orden. La ecuación final parece ser esta: crecimiento desmedido + ausencia de normativas = desastre.