La navidad no-cristiana o laica –si lo preferís– celebra todos los amores. Los enamorados y los amigos encuentran en la navidad una excusa para conmemorar su clase particular de amor; pero incluso ellos –si no han rendido su buen juicio a Eros o a la Amistad– reconocerán que es el simple Afecto el que, por unos días, es el rey de la fiesta.
Es normal que los niños sean el corazón de la navidad, porque el Afecto se despliega de manera particular hacia los niños. Siendo el más primario, el más natural de los amores y el más simple, el afecto brota con más facilidad hacia y entre los niños. En realidad, lo que los niños pequeños llaman amistad suele ser afecto.
La amistad puede nacer del afecto en ese instante mágico en que descubrimos una pasión común. “¿Cómo, a tí también te gusta la segunda guerra mundial?, ¿Cómo, a tí también te gusta observar estrellas?, ¿Cómo, a tí también… ?”
Deberíamos haber aprendido de niños que el amor es peligroso, pero se nos ha acondicionado para creer no que Dios es amor, sino que el amor, cualquier clase de amor, es un dios. Y ahí reside el peligro. Y es que el amor puede ser malvado no sólo en su ruptura sino precisamente cuando es más intenso, cuando más perfecto lo creemos.
Es fácil verlo en los enamorados; Eros puede hacer creer a una pareja que el amor que tienen uno para el otro es más importante que el mundo. A esta clase de amor –si se le deja– se le sacrifica todo, pensando que por ser amor ha de ser bueno. Una persona honesta y responsable puede llegar a creerse que por estar enamorado tiene la obligación de estar triste, de abandonar a su familia, de traicionar a sus amigos, de escupir en todo lo cree, de traicionar a su patria, de morir o incluso de matar. Pero a pesar de haberlo visto, nos resistimos a culpar al amor: nos reconforta echarle la culpa a la sexualidad o al deseo de poder porque es horrible reconocer que seguir a nuestro diosecillo privado pueda llevar a algún mal. Y, sin embargo así es.
La amistad puede convertirse en una “sociedad de admiración mutua”. Una vez que somos amigos, que caminamos juntos, que somos cuadrilla y que compartimos la vida podemos creernos un grupo aparte, una especie de aristocracia propia. Y que bonita es Nuestra amistad, y los de fuera, los pobrecillos es que no entienden nada.
Pero es que hasta el afecto puede esconder algún peligro. Y es que el afecto surge por derecho de antigüedad. Podemos sentir afecto por una persona por el simple hecho de compartir mucho tiempo con nosotros, aunque esa persona nos esclavice o sea cruel con los demás. Ay del novato que insulte una vez a un cliente; le caemos encima, pero será fácil buscar excusas cuando el que trata mal, constantemente, a todo el mundo, sea uno de esos “de toda la vida”.
Una explicación
Hace un mes comencé la lectura de “The Four Loves“, de C.S. Lewis. Mi idea era aprender más del amor, en el sentido de profundizar en los aspectos saludables y espirituales del amor, para ser capaz de apreciar mejor sus sutiles fragancias.
Pero viene el bueno de C.S. Lewis, y me echa un buen jarro de realismo. Y un realismo necesario. ¿Amas a tu perro? Está bien… pero ¿sacrificas a alguien por el amor a tu perro? ¿Eres un buen amigo? Está bien… pero ¿a quién excluyes? ¿Quieres a tu hijo? Está bien… pero, ¿significa eso que la escuela tenga que soportar sus defectos?… porque ves sus defectos, ¿verdad? ¿Quieres tener amigos? Está bien… pero ¿estás dispuesto a todo? ¿a todo?
Espero haberos animado a pensar, no a que estéis de acuerdo conmigo, sólo porque tengo un blog muy chulo. Y es que quiero mucho a mi blog, y también a los visitantes de mi blog. Sobre todo a los que me ponen cosas bonitas en los comentarios y me hacen retweets, y comparten en facebook y se lo recomiendan a sus amigos. Os quiero tanto, porque claro, los otros es que no nos entienden, los pobrecitos, ¿verdad?